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Un bate, una pelota, una cultura

Esta vez hablamos de béisbol sin fanatismo por ningún equipo, con ceros críticas a jugadas o mentores, pero con muchas propuestas para seguir enraizando en nuestra cultura ese bate y la pelota de 108 costuras, que introdujeron en Cuba los hermanos Ernesto y Nemesio Guilló por el lejano 1864. Hace exactamente 160 años.
Tampoco fue un estadio el lugar escogido (aunque perfectamente en uno de los salones del estadio Latinoamericano hubiera tenido un simbolismo gigante), sino la Biblioteca Nacional José Martí, donde se conserva todo lo que se ha escrito, ya sea en periódicos, libros u otros documentos.
La idea de la primera Conferencia Científica de Béisbol hay que aplaudirla solo por haberla concebido y concretado cuando más falta nos hace rescatar la historia, con nombres olvidados incluidos, para entender por qué cada derrota duele como puñal en el alma de este pueblo, o simplemente para explicar que a ese futuro feliz que deseamos no se puede llegar sin saber de dónde venimos y cómo llegamos hasta aquí.
El evento también se enmarcó en los 150 años que se cumplirán del primer juego histórico en el Palmar del Junco, Matanzas, el próximo 27 de diciembre. Y como si fuera poco, sus organizadores dedicaron además las sesiones de trabajo a los 135 años del primer libro de historia del béisbol en Cuba y Latinoamérica, escrito por Wenceslao Gálvez y Delmonte.
Más que reseñar cada una de las ponencias (ojalá pueden ser publicadas y consultadas en un sitio web para su consumo mayoritario) prefiero quedarme con ese espíritu de investigar y profundizar a partir de los textos presentados, en los que se apuntó a los orígenes del béisbol en La Habana, Sancti Spíritus, Cienfuegos, Villa Clara y Puerto Príncipe (hoy Camagüey); así como en la vida de Esteban Bellán en Nueva York, o la influencia del béisbol cubano en Colombia y Veracruz.
Le reitero que no se extrañó la voz alta de las discusiones beisboleras. Varias glorias deportivas y jóvenes talentos de este deporte fueron invitadas no para enseñar técnicas. Tampoco para demostraciones prácticas. El objetivo estaba claro desde la convocatoria: pensar, querer y amar más el único béisbol cubano, a partir de la fidelidad probada de los datos, consciente de que ese conocimiento permitirá más jonrones, victorias y ser consecuente con la pasión que nos regalaron los hermanos Guilló.
He dejado para el final el impacto cultural de la Conferencia, más allá de la tesis vinculante Béisbol y Cultura del escritor Norberto Codina, así como de los libros regalados, uno del propio Codina y otro del Dr Félix Julio Alfonso López. Quiero apostar que es otro intento, uno más, para que el Salón de la Fama del Béisbol Cubano pueda volver a realizar exaltaciones, sin más controversias sobre el puesto ganado por Antonio Pacheco u otro pelotero que hoy no resida en nuestro país.
Asimismo, deberíamos escuchar la propuesta del Dr Gustavo Arnaval, presidente ejecutivo y fundador de la organización Cuba Foundation, quien adelantó su disposición para nuevos encuentros anuales, enviar implementos deportivos para las categorías pequeñas y apoyar en la restauración del Palmar de Junco, el terreno más antiguo en el mundo donde todavía se cantan bolas y strikes. Y no dejan de entrar niños con sus primeros spikes soñando que darán un hit, se robarán una base o pegarán el jonrón más inolvidable.
La Federación Cubana de Béisbol y Sóftbol estuvo casi en pleno durante la jornada teórica y en los créditos cuenta como una de las patrocinadores de la Conferencia. Aquel bate y aquella pelota de 108 costuras que trajeron los hermanos Guilló nos convidaron de nuevo. Ahora queda beber de tanta historia con acciones concretas, osadas y más espacios para recordar. El corazón beisbolero de la Patria todavía sigue intacto. Lo pude sentir en esta Conferencia. Se los aseguro.
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