En la madrugada del 6 de noviembre, no pocos latinos nacionalizados estadounidenses brindaron por el regreso de Donald Trump a quien apoyaron masivamente en las urnas, porque “les traería prosperidad económica” y expulsaría a quienes emigraron ilegalmente a Estados Unidos, “trayendo consigo la violencia”.
En las antípodas, otro numeroso grupo de inmigrantes (ilegales o en un frágil estatus legal) y candidatos a emigrar, vieron la victoria como una pesadilla para sus propósitos inmediatos.
Aunque aún no se han detallado los datos o el escrutinio, todo parece indicar que el éxito del magnate no habría sido posible sin el espaldarazo de los latinos. Analistas aseguran que el voto de esa minoría pasó abrumadoramente de los demócratas a los republicanos, a pesar del discurso antinmigrante del presidente electo.
“Los latinos que son ciudadanos estadounidenses y han votado por Trump, no se dan por aludidos por las amenazas del expresidente, pero lo cierto es que, si llega a cumplir todas sus promesas contra la inmigración, hay estimaciones de que unos 19 millones de latinos pueden verse afectados”, analizó el diario español El País.
Entre las amenazas de antes y después de los comicios, está latente la deportación a indocumentados, a sus cónyuges, hijos y otros familiares relacionados con ellos, “para no dividir a las familias”, según declaraciones de futuros funcionarios del Gobierno.
Trump respaldaría la bautizada Operación Aurora con una ley utilizada en tiempos de guerra, que contempla la expulsión de los enemigos que invaden Estados Unidos. Desde que fue promulgada, a finales del siglo XVIII, esta norma se aplicó solo en la guerra de 1812 y la Primera y Segunda Guerras Mundiales.
“Comenzamos un nuevo proyecto de desnaturalización bajo Trump. En el 2025, estará más que listo”, publicó en X en octubre pasado Stephen Miller, próximo subdirector de política de la administración y su arquitecto principal en materia migratoria.
Quieren quitarme a mi mamá
La joven Leah Cayasso nació en Estados Unidos de padres nicaragüenses que emigraron ilegalmente en el 2000 y mantienen esa condición.
“Quieren quitarme a mi mamá”, fue el grito desgarrador en el 2018 desde una tribuna cercana a la Casa Blanca, contra la orden de Trump en su primer mandato: “separar a los padres de sus hijos”.
“Nos afecta mucho saber que nuevamente hay una amenaza hacia nuestra comunidad migrante y en especial hacia nuestra familia”, declaró a BBC Mundo su hermana Christell, nacionalizada estadounidense.
La afirmación que Donald Trump hizo en septiembre del año pasado de que “los inmigrantes envenenan la sangre del país” la apoya el 34 % de los estadounidenses, según una encuesta realizada por Brookings y el Instituto de Investigación Pública de Religión.
“Me sorprendió descubrir que el país está girando tan dramáticamente hacia la derecha en materia de inmigración”, reconoció A. B. Stoddard, columnista del sitio informativo conservador The Bulwark, al presentar la encuesta.
La gran deportación
Miller es considerado por los medios “la mente detrás del muro fronterizo” de EE. UU., con una retórica que busca “demonizar” a los inmigrantes.
En una entrevista con The New York Times, el año pasado, esbozó las políticas migratorias del magnate republicano si retornaba a la Casa Blanca, entre ellas, la gran deportación de inmigrantes, principalmente ilegales, pero también alcanzaría a otros estatus, incluso los naturalizados.
El team contra los migrantes lo completan otros con fama de xenófobos, al decir de expertos, como el nuevo zar de la frontera, Tom Homan, y la próxima secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem. Los preparativos ya están a punto y la publicitada ofensiva solo espera la asunción del nuevo Gobierno el próximo 20 de enero.