El título se lo tomo prestado a nuestro poeta-decimista Roly Ávalos, quien le dio la bienvenida al periódico Trabajadores esta tarde del 26 de noviembre al documentalista, camarógrafo, fotógrafo, al cubanísimo Roberto Chile, quien traía una mochila negra, su gorra habitual y miles de historias humanas para contar de Fidel.
Sí, del Fidel Castro Ruz que conoció por más de 30 años, con quien compartió imágenes, ideas y hasta bromas; el líder que siempre le impresionó porque nunca lo vio como un Dios, sino como un ser humano excepcional, detallista, valiente, muy valiente, amigo fiel y capaz de conspirar con la historia desde el periodismo o simplemente desde una lágrima contenida que Chile jura haber visto aquella noche de la Marcha de las Antorchas cuando cantaba Sara Gónzález.
Prefirió no sentarse en la silla que le teníamos preparada y optó por estrenar de pie el documental: La escolta de Fidel.
Luego, cual excelente alumno del Gigante, aceptó el reto de preguntas sin censura. Y las iba contestando, «bateando», con esa precisión del que busca una fotografía perfecta en la palabra más emocionante. Las manos siempre al frente y la mirada de reojo a su esposa, a su hija y a su nieta mayor, acompañantes de la tarde para que vieran al esposo, padre y abuelo en estado puro, transparente, real.
En algo más de hora y media viajamos desde el lente y los ojos de Roberto Chile a la historia de este país, al menos la de los últimos 50 años, cuando comenzó su andar con una cámara en sus hombros. Una y otra vez recordaba que el periodismo es a la sociedad como las venas al corazón. Y lo aprendió al lado de un maestro, al que filmó por última vez en una entrevista del colega italiano Gianni Miná.
Cual cronista que reserva lo mejor para el final, abrió la mochila negra y sacó una obra especial: la gorra verdeolivo con la estrella en el centro, fundida en bronce. Luego dos fotos más, una de ellas regalo para una próxima portada del periódico titulada: El izquierdazo. Y en reciprocidad acudimos a una caricatura del amigo Lacoste y a esa foto de recuerdo, en que todos los trabajadores abrazábamos a Fidel junto a Chile.
Por eso tenía razón el poeta decimista. Ya podíamos llamarlo no solo Roberto Chile, sino Roberto Cuba.