Todavía la caravana es posible dibujarla. Eran miles, millones de personas las que por espacio de varios días se apostaron a las orillas de las carreteras, en las azoteas de sus casas, en parques, avenidas y aceras para expresar admiración, respeto, sentimientos y dolor por su partida, como al familiar más querido. Porque Fidel era eso para muchos, más allá de su grado de Comandante en Jefe y Líder Histórico de la Revolución.
Todavía la caravana se puede describir de verde olivo. Iba en el centro, cubierto con una bandera y custodiado por su pueblo. Pero la imagen más recurrente en el recuerdo eran las veces que visitó esas provincias, esos municipios, esas localidades. A todos fue con el mismo traje de la Sierra, su alma guerrillera y ese carisma para vencer lo imposible, cuando algunos bajaban la guardia.
Todavía la caravana estremece y nos guía. No era la de la Libertad de 1959, sino la del deber cumplido. Regresaba victorioso a donde comenzó todo, a su Santiago de Cuba, y no pedía honores ni altares. Solo su ejemplo y entrega a la causa revolucionaria bastaban para ver a un abuelo llorar a la par que su nieta; o para pintar sus cinco letras en la frente, cual tatuaje de eternidad.
Todavía la caravana de hace ocho años es poesía. Los fotógrafos intentaban captar la imagen más fiel con la emoción apretando el obturador. Los periodistas describían el hecho y las palabras salían con la inspiración de anécdotas, vivencias y la crónica más profunda. Ya lo había dicho antes el poeta Juan Gelman: Fidel es un país/ yo lo vi con oleajes de rostros en su rostro…
Todavía la caravana es ese país. Mucho queda por hacer, nuevos problemas tenemos y más revoluciones hay que seguir haciendo. Fidel nos acompaña. Jamás nos dejaría solos en este camino.