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La Unión

En momentos particularmente difíciles para la nación, ha con­cluido el X Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Ha sido oportunidad para reafirmar el rol protagonista de la organización en la vida cultural cubana.

La avanzada de la creación en el país —grandes y respetadas figuras del arte y el pensamien­to— integran sus filas. Artistas y escritores emergentes, de obra pu­jante e incisiva, muestran en cada convocatoria interés por incorpo­rarse. Algunos dicen que el presti­gio de la Uneac ha menguado; pero la fidelidad y el compromiso per­manente de sus miembros la han blindado ante calumnias y desca­lificaciones.

La Uneac ha sido, histórica­mente, un espacio de confluencia donde los artistas han podido (y pueden) dialogar, confrontar ideas y proyectar sus visiones. Y este cónclave ha marcado el camino para fortalecer su rol catalizador, meridiano, en los debates más ur­gentes para el sector.

Quizás el tema más acucian­te es la necesidad de enfrentar la ola colonizadora en el ámbito de la cultura, que se manifiesta en todo el entramado social.

No es un concepto abstracto: se concreta en las prácticas cotidianas. Tiene que ver con la ola homogenei­zante y reduccionista que pretende equiparar el arte con los productos de una industria del mero entrete­nimiento (que no es inocente, como se suele presentar, pues está firme­mente arraigada en lógicas hegemó­nicas, mercantilistas).

El único antídoto está en las ideas, en la promoción de una con­ciencia crítica en la ciudadanía. Los escritores y artistas tienen una responsabilidad, desde su co­metido social.

En tiempos donde la evolución tecnológica, las transformaciones sociales y los desafíos económicos impactan directamente en la crea­ción, resulta imprescindible que los artistas se reúnan para debatir sobre las implicaciones materiales y espirituales de su trabajo. Es que la Uneac no es una sociedad de re­creo, ni un altar para egos. Tiene que ser asumida como un espacio de reflexión permanente.

El Congreso se hizo eco de los debates sobre la estética y la éti­ca en el arte contemporáneo. Son dos ámbitos confluyentes, que no implican obstáculos para la liber­tad creativa. Libertad y respon­sabilidad son también conceptos que confluyen. Una idea se repitió varias veces: la consecución de la belleza es también el triunfo de la verdad y la justicia.

Otro aspecto clave fue la proyec­ción social del arte. El Congreso no se limitó a reflexionar sobre cues­tiones internas del sector cultural, porque los artistas no viven en to­rres de marfil. Son parte integral de la sociedad y su obra contribuye a la formación de valores, la creación de conciencia y el enriquecimiento espiritual de la ciudadanía.

El proceso de recuperación en Guantánamo, tras el paso del hu­racán Oscar, motivó muchas in­tervenciones. Ahí han estado los artistas. Y el inmenso desafío que impone la crisis energética impac­ta al ámbito cultural. Cruzarse de brazos no debería ser opción. Hay que proteger una programación cultural, sin que constituya obs­táculo para el empeño mayor de solucionar problemas esenciales de la economía.

La Uneac (su membresía) tiene un rol sustantivo en esos debates públicos, a partir de la consoli­dación de una cultura inclusiva y transformadora.

Por eso la cita apostó por un diálogo productivo, no solo entre los artistas, sino también con las instituciones de la cultura y de la sociedad en general. Este in­tercambio permite crear alianzas más sólidas y dinámicas, garanti­zando que las políticas culturales respondan a las privaciones reales del país y promuevan la participa­ción popular.

La unidad es esencial. Lo fue siempre, pero ahora es imprescin­dible. Unidad no significa precisa­mente unanimidad. Pero sí es una apuesta por la búsqueda de con­sensos, que serán necesariamente motor de transformaciones indis­pensables.

La Revolución no es un arma­zón inamovible. Tiene que enten­derse como proceso. Y para ser auténtica, tiene que ser también una revolución de la cultura, po­sibilidad de realización espiritual de un pueblo.

A los creadores les correspon­de alentar y promover las reservas morales de la nación. Eso se espera de una organización que tributa, esencialmente, al caudal simbóli­co de la Patria.

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