La realidad supera con creces la imaginación, más bien la cobija, la arropa, la fermenta… Ninguna serie televisiva o guión fílmico podría anticipar lo que sucede en una campaña presidencial como la de Estados Unidos.
En las últimas semanas hemos visto a los candidatos en un sprint final que parece agotador. Van regalando simpatías, incluso en comunidades donde, de otro modo, nunca hubieran puesto un pie.
Cuando fue ineludible, abordaron temas medulares, siempre con la mira puesta en el voto. Parecería que en los modelos de la comunicación política que prevalece entre ellos hoy, lo importante no es diseñar un proyecto viable y justo, sino hacer creíble el mito del candidato que hará realidad los sueños de sus electores.
Por citar solo un ejemplo recordaré la forma simplona con que, casi al cierre de la campaña, abordaron los derechos reproductivos de las estadounidenses. Tras varios debates en los que cada parte reveló los más retrógrados y adelantados argumentos, Donald Trump concluyó: “Protegeré a las mujeres del país, les guste o no”. El comité de campaña de Kamala Harris, por su parte, respondió: “Si Trump regresa a la Casa Blanca, prohibirá el aborto a nivel nacional, nos guste o no”.
Una vez más, los extremos se tocan.
Singularidades
Este martes 5 de noviembre concluye el proceso electoral que ha mantenido en vilo al imperio por varios meses. El resultado traerá una nueva dupla del poder ejecutivo (presidente y vicepresidente), renovará la tercera parte del Senado (33 curules de 100) y a la totalidad de la Cámara de Representantes.
Expertos han calificado estos comicios como los más reñidos y violentos de los últimos años. El candidato republicano Donald Trump (D. T., 78 años), por ejemplo, fue víctima de un atentado con arma de fuego; mientras que su contrincante, la demócrata Kamala Harris (K. H., 60 años), ha recibido ataques verbales de todo tipo, muchos de ellos sesgados por la misoginia y el racismo que exuda una parte nada despreciable de la sociedad estadounidense.
Otra de las singularidades es haber aceptado a un aspirante (D. T.) enjuiciado políticamente dos veces durante su primer mandato. De esos procesos salió ileso, pero un tribunal de Nueva York lo encontró culpable de 34 delitos graves en mayo pasado. Tiene, además, otros procesos judiciales pendientes.
Su contrincante inicial (el actual mandatario Joe Biden) debió ceder el puesto a su entonces vicepresidenta (K. H.), quien mostraba mayores capacidades para frenar el empuje arrollador que llevaba el aspirante republicano.
Vale reconocer que la también exfiscal general de California consiguió remontar la diferencia, pero aún no sabemos si el apoyo ganado le alcanza para convertirse en la primera mujer jefa de Estado en la nación norteña.
Estos han sido los comicios del dinero. Varias fuentes refieren que el gasto total podría alcanzar la cifra récord de 16 mil millones de dólares. De esa cantidad, más de 619 millones fueron invertidos en anuncios en Google y Meta, lo que subraya la importancia del entorno digital en las estrategias electorales.
No obstante, ninguno de los aspirantes consolidó una ventaja significativa. Así lo demuestran los sondeos de cierre: al menos cinco conceden el triunfo a K. H., con una ventaja muy ligera; igual cantidad reporta empate; y tres dan la victoria a D. T., también por la mínima.
El conteo final de los votos será uno de los momentos de mayor tensión. En el 2016 solo tomó unas horas conocer la victoria de Donald Trump. En el 2020 la noticia del triunfo de Joe Biden tardó cuatro días. Este año los analistas presumen un plazo aún mayor debido, entre otras razones, al incremento y complejidad del voto anticipado o por correo.
Ausentes presentes
Estados Unidos de América es una federación compuesta por 50 estados y el Distrito de Columbia. Cada uno de los territorios tiene legislación propia que regula, entre otros asuntos, el voto anticipado o por correo.
Esa modalidad es una tradición iniciada durante la Guerra Civil (segunda mitad del siglo XIX). En aquel momento fue impulsada por los republicanos para propiciar la participación de los militares, donde tenía gran arraigo. Hoy ese partido es uno de los grandes detractores de tal práctica.
Existen varias modalidades: por correo (conocido como voto en ausencia); presencial (el ciudadano acude al centro electoral en días previos); o el formato híbrido (reciben la boleta por correo y el votante la entrega personalmente).
Los requisitos para el voto anticipado, en cualquiera de sus formas, cambian de un estado a otro, pero es obligatorio estar registrado como votante, excepto en Dakota del Norte, el único que no exige tal condición. Algunos solo remiten la boleta por correo si el elector la solicita, otros las distribuyen de manera automática a todo su padrón. Tal es el caso del Distrito de Columbia, California, Nevada y otros seis estados.
En el 2020 más del 70 % de los electores votaron de manera anticipada. Ese año, por primera vez en la historia, los votos por correo superaron a los emitidos el día de las elecciones. En esta ocasión, hasta el 29 de octubre, más de 53 millones de estadounidenses habían votado de manera anticipada, según cifras divulgadas por el Laboratorio Electoral de la Universidad de Florida. Más de 27 millones acudieron a los centros electorales en persona, mientras que otros 25,6 lo hicieron por correo.
Este proceso se ha realizado entre septiembre y octubre. Catorce estados—entre ellos Texas, Carolina del Sur e Indiana— exigen una “excusa válida” para emitir el voto por correo; mientras que Alabama, Misisipi y Nuevo Hampshire fijaron condiciones aún más estrictas para los llamados “votantes ausentes”.
Esta opción de voto está en la mira. Autoridades policiales de Oregón, Washington y Arizona investigan atentados realizados contra algunos de los buzones electorales emplazados en las calles. El Partido Republicano, por su parte, ha pedido al Tribunal Supremo una orden de emergencia para desechar muchos de los votos anticipados de Pensilvania, ya que no cumplen con el procedimiento técnico de llegar en su respectivo “sobre secreto”. Ese estado, que aporta 20 votos al Colegio Electoral, anunció que espera unos 2 millones de votos por correo.
El suprapoder del Colegio Electoral
Los padres fundadores de EE. UU. diseñaron un sistema electoral en el que el voto popular no define al presidente. Esa potestad corresponde al Colegio Electoral, conformado por 538 miembros. Durante los comicios, el ciudadano común tiene la ilusión de que elige al mandatario, pero en realidad está optando por la persona a la que cederá tal potestad.
El ganador necesita obtener, como mínimo, 270 votos del Colegio Electoral. Esto podría no coincidir con el voto popular, como aconteció en las presidenciales de 1824, 1876, 1888, 2000 y 2016. En esa última ocasión, Hillary Clinton obtuvo la aprobación del 48,17 % de los votantes, frente al 46,15 % ganado por Trump, pero el republicano recibió 304 votos del Colegio Electoral, mientras que su rival debió conformarse con 227. El resto ya es historia.
Este diseño hace que los candidatos concentren sus esfuerzos de campaña en los llamados estados pendulares, bisagra, indecisos o swing states, mientras confían en preservar la victoria en aquellos que tradicionalmente controlan, como sucede en Texas (aporta 38 votos electorales), habitualmente fiel al Republicano; y en California (55), con mayoría demócrata.
Entre el grupo de estados en disputa hasta último minuto aparecen Florida (30 votos electorales), Pensilvania (19), Georgia (16), Carolina del Norte (16), Arizona (11), Wisconsin (10), Michigan (16), y Nevada (6). Siete de ellos fueron de los últimos en anunciar el ganador del 2020, escena que podría repetirse este año.
El cronograma electoral precisa que el Colegio Electoral votará en diciembre. En enero el Congreso certificará el resultado y el día 6 hará el anuncio oficial de quien ascenderá al “olimpo imperial” el Día de la Inauguración Presidencial, previsto para el 20 de enero del 2025.