Decimos Camilo y sin dudar nos vienen fuegos de valentía, más allá de su apellido. Decimos Camilo y sus triunfos, perseverancia y carisma también son señales de un fuego natural para vencer lo imposible. Con su desaparición física hace 65 años se encendió más esa energía rebelde, convertida en fuegos de luces para una Revolución que después del Primero de Enero de 1959 apenas lo tuvo consigo 301 días.
Buena parte de las acciones más osadas de la guerrilla en la Sierra Maestra llevó ese fuego de vanguardia. Como si no bastara irradiaba pasión su solidaridad, su amistad y esa manera tan particular de mostrar su corazón cuando los días y las batallas, las misiones y la responsabilidad parecían más duras, o mejor, más hechas para el hombre de 100 fuegos.
Y qué decir de la fidelidad a su líder, contra el que no iba ni en la pelota. Los fuegos de Camilo eran de pueblo, hacían estallar empatía y todos quienes lo conocieron hasta la tarea final, aquel viaje sin regreso a Camagüey para apresar a un traidor, reconocen que nunca dejó de pensar en cómo ser más útil, cómo servir más a su país, cómo repartir más justicia entre la gente humilde.
Cuánta necesidad de esos fuegos de Camilo seguimos teniendo hoy. Ahora que la nación vive un período económico muy difícil, que algunos intentan desmontar la historia de la Revolución y como si fuera poco, la naturaleza nos jugó una mala pasada con lluvias, inundaciones y dolorosos desastres en territorio guantanamero.
Frases, anécdotas, sonrisa y cubanía van y vienen cada vez que hablamos o escribimos del Héroe de Yaguajay. Hoy no quisimos nada de eso porque todas están contenidas en sus fuegos, con los que seguiremos luchando y preguntándole: ¿Vamos bien, Camilo?