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Rostros: José Ángel fue secretario general del Sindicato hasta que se jubiló

José Ángel Martínez Caballero es motorista naval de la Unidad Básica Servicios de Lancha Cayo Granma, en Santiago de Cuba.

Su trabajo consiste en mantener funcionado la embarcación que cruza a los habitantes del cayo más poblado del país, hacia la otra orilla en tierra grande.

José Ángel tiene esa curiosa inquietud de reparar cosas; por eso se hizo mecánico primero, luego motorista naval, y más tarde, cuando sus ingresos dejaron de ser suficientes, zapatero. La periodista de Desafío Claudia Rafaela Ortiz Alba tuvo la oportunidad de conocerlo en su más reciente viaje a Santiago de Cuba y traernos su historia. Con ella también un compromiso que atenderé gustosamente.

 

«Queremos que el ministro venga y nos visite». dice José Angel.

 

Una casita de madera en el litoral del Cayo, muy cerquita de la base de lanchas donde trabaja, acoge a José Ángel y a su esposa desde hace más de 30 años. Se enamoró de ella y vino a parar ahí. Hace turnos en la embarcación de 24 horas, y los días que descansa cose y repara zapatos.

Tiene recuerdos duros y felices de su profesión. Sobre todo del ciclón Sandy, cuando quedó incomunicada la carretera a Santiago de Cuba por Ciudad Mar y Punta Gorda, y la lanchita se convirtió en la única vía para trasladar al personal de la recuperación, a los lesionados y los enfermos.

«Si pudiera mejorar algo de mi trabajo serían las condiciones al hombre. Yo fui secretario general del Sindicato hasta que me jubilé, y la atención al hombre aquí ha mermado mucho.»

«Un buen dormitorio para las guardias, que se sienta cómodo, y después de eso lo segundo es el salario, que no se corresponde con la actividad que nosotros realizamos, bastante especializada».

José Ángel es jubilado. A sus 74 años se recontrató en la empresa. «Me encanta mi trabajo, si no… no estuviera trabajando. La generación de nosotros se crió con esa idea de los padres de trabajar y ser bueno siempre. Soy mecánico y eso es lo que me gusta».

José Ángel habita en un lugar en el que la movilidad marítima es vital. Más de 800 personas viviendo en un pedazo de tierra rodeado de mar lleva una logística fuerte para su transportación. Él recuerda con cariño los tiempos mejores.

«Antes vivir en el Cayo era una felicidad, ahora está muy difícil la transportación». La guagua llega a los puntos de embarques dos veces al día, los precios de los camiones y los jeep particulares una inmensa mayoría no los puede pagar.

«Lo que sí siquiera es que a raíz de esta entrevista, alguien, de «luz larga», le de un poco de valor a esta actividad. El marinero necesita condiciones para trabajar. Los trabajadores de aquí somos dóciles, pero el trabajo no deja de ser duro. Queremos que el ministro venga y nos visite».

 

Se cumplió el deseo de José Angel

 

Tenía una deuda por cumplir. José Ángel Martínez Caballero, motorista naval de la Unidad Básica de Servicios de Lancha Cayo Granma, había expresado su deseo en la última visita del equipo de Desafío: “Queremos que el ministro venga y nos visite.” Palabras sinceras, nacidas de un hombre cuya vida transcurre entre motores, agua salada y recuerdos de tiempos mejores en el cayo.

 

 

No quería irme de Santiago de Cuba sin pasar a conocerlo y escuchar lo que nos tenía que decir. Y eso fue lo que hicimos, acompañados por las autoridades del Partido y Gobierno y el delegado de transporte de la provincia. Ahora los dejo con la crónica desde la visión de Thalía Puelma Bernal, de nuestro equipo de Desafío.

 

 

El cielo de Santiago de Cuba amaneció ayer cubierto de nubes, y el aire salado traía consigo un olor a mar fresco mientras la lancha avanzaba en calma hacia Cayo Granma.

Nos dirigíamos a cumplir el deseo de José Ángel, quien, a sus 74 años, sigue entregado al ir y venir de las aguas, remendando piezas y devolviéndole la vida a esas viejas lanchas. Aquel hombre de rostro curtido y manos firmes aguardaba en el muelle con una sonrisa amplia, que ni la suave llovizna pudo menguar.

El cielo se derramó sobre Cayo Granma, regalando una bienvenida inesperada. En medio de esa lluvia leve, el ministro y José Ángel recorrían los rincones de la base de las lanchas. Con cada paso, el ministro escuchaba atento las historias de un hombre que, a pesar de su jubilación, decidió seguir trabajando en una labor vital para los habitantes de la isla. Porque, como dijo alguna vez: “Me encanta mi trabajo; si no… no estuviera aquí”.

Dentro de la humilde casita de madera, que ha sido su refugio y hogar durante más de tres décadas, José Ángel y su esposa sirvieron una taza de café al ministro, quien, en silencio respetuoso, absorbía cada palabra, cada sacrificio y reto compartido. Allí, en aquel espacio modesto, José Ángel habló de tiempos difíciles y de mejores, de noches de guardia y de sus manos, siempre listas para dar nueva vida a lo que otros quizás habrían abandonado. No pedía nada para él. Clamó por apoyo para avanzar más rápido en la recuperación de las embarcaciones, de cinco, solo trabaja una en la actualidad, siendo este un medio vital para la población del perímetro costero de la bahía y en especial de cayo Granma. Mostró las malas condiciones de la base donde mantienen la guardia 24 horas por si ocurre una urgencia. Explicó lo que han hecho con sus propios esfuerzos y el apoyo de la empresa provincial del transporte, pero no es suficiente y quieren transformar aquello.

Al despedirse, el abrazo entre José Ángel y el ministro fue mucho más que un saludo de agradecimiento: era el reconocimiento a la historia de un hombre cuyo amor por su trabajo ha sido su brújula y su sostén. La sonrisa de José Ángel era gigante bajo un cielo que comenzaba a despejarse, parecía responder a una promesa tácita, una certeza de que su voz había sido escuchada y valorada.

 

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