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Nunca es tarde para felicitar a Omar Linares

Este 23 de octubre fue el cumpleaños de Omar Linares. Sin entrar en polémica ni comparaciones fuera de contexto, uno de esos peloteros para los que el béisbol no era un deporte, sino una prolongación de su vida, pues todo, todo, todo lo hacía bien dentro de un terreno. Y dije bien cuando debí escribir brillante, excepcional, excelente, insuperable, único.

 

 

Por eso su cumbre en la memoria de quienes lo vimos hacer las hazañas más extraordinarias sin un esfuerzo extra. Porque Linares no gritaba, no era el clásico agitador dentro de un banco, no fue capitán, no pedía nada. Linares salía al terreno y fildeaba como un león, hacia delante, hacia los lados, tiraba con potencia y precisión y nadie puede recordar un error (que también los hizo, lógicamente) que costara un partido, ni siquiera una carrera.

Linares era el bateador más integral de Pinar del Río y de Cuba desde que llegó a la categoría juvenil. Formó parte de aquel equipo campeón mundial de Barquisimeto 1982 con apenas 15 años y desde entonces jamás dejó de montarse en un avión para representarnos en cuanto torneo internacional acudimos.

Fue campeón centroamericano, panamericano, mundial, olímpico y es uno de los tres nombres con más de 400 jonrones en las Series Nacionales, en las que los liderazgos y récords de bateo no solo marcaron una época, sino que no han podido ser superados. Y de esos batazos inolvidables, los tres cuadrangulares en la final olímpica de Atlanta 1996 (uno por cada jardín) y el jonrón en la semifinal de Winnipeg 1999 me vienen a la mente a galope por lo que significaron en esos torneos. Pero si aprieto la memoria salen muchos más.

Sin embargo, en el Día de su Cumpleaños no puedo dejar de contar uno de esos momentos humanos que más marcaron la relación de amistad y admiración que tenemos. Hace solo un año, antes de irse a cumplir su contrato como entrenador del equipo profesional Dragones de Chunichi, lo llamé para que me firmara una camiseta del equipo Cuba que un amigo había comprado para regalársela a un mexicano fanático de la carrera deportiva de Linares.

Le pedí que me dijera dónde podía encontrarme con él para concretar este quizás importuno pedido, en medio del ajetreo que siempre dejan los viajes. Su respuesta fue preguntarme dónde quedaba el periódico y que en una hora él salía a verme. Que lo esperara por la calle Ayesterán.

Por supuesto, antes de esos 60 minutos ya estaba puntual esperándolo y cuál sería mi sorpresa que sobre el maletero del carro, sin protocolos ni ceremonia firmó la camiseta y acto seguido me pidió criterios sobre el béisbol cubano, lo que podíamos hacer en el Clásico Mundial, y cómo se podía mejorar la Serie Nacional.

Tuvimos que cerrar la conversación porque comenzaron a llegar personas para pedirle una foto (a las que accedía gustoso) y porque debía regresar a terminar su equipaje que salía esa misma noche. No alcanzo a describir la sencillez y al mismo tiempo grandeza de Linares por algo que puede parecer tan efímero y natural, pero que solo los grandes, grandes te hacen sentir que son humanos, no dioses. Y estremecen los sentimientos.

Felicidades Omar, felicidades amigo, felicidades Linares. No fue el 23 de octubre como tocaba, sino horas después, pero nunca es tarde para felicitar al 10 de Vegueros, de Pinar del Río y de Cuba. Al 10 de siempre. Al Niño, al que hizo del béisbol un arte con bordados de oro.

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