Camilo, de historia y de trabajo

Camilo, de historia y de trabajo

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Foto: Perfecto Romero

Hay hombres que a pesar de los años nunca mueren y son la historia misma. Se les pudiese llamar héroes, se les pudiese decir que son im­prescindibles. Así es Camilo. El apóstol se refi­rió a ellos: “Los héroes son propiedad humana, comensales de toda mesa y de toda casa fami­liares”.

Aquel joven barbudo, con un enorme som­brero de fieltro y gran devoción hacia el béisbol, aun cuando no era muy buen jugador, demostró desde los primeros años de su juventud que ya iba a ser historia. Su nombre Camilo Cienfue­gos Gorriarán es hoy sinónimo de gallardía y de pueblo.

Apodado por muchos como el Señor de la Vanguardia, El hombre de las mil anécdotas, o como dijera el Che en su libro Guerra de gue­rrillas, cuando señaló que Camilo es objetivo permanente de evocación cotidiana, y subrayó: “Camilo es la imagen del pueblo”.

De carácter rebelde, pero un hombre muy humilde, tenía buen sentido del humor. Sus pa­sos antes de la guerrilla lo convirtieron en el re­volucionario que hoy todos recuerdan. La situa­ción económica familiar lo empujó desde edades tempranas a desempeñar varios oficios que ayu­daron a mejorar las condiciones del hogar.

El Camilo que conocemos, ese que naciera en una casa de la barriada habanera de Lawton, hijo de padres emigrantes españoles, fue sastre de profesión, tarea que aprendiese desde el ho­gar con su padre y que posteriormente le diera la fuerza para realizar otras funciones.

Dicen que lo que bien se aprende nunca se olvida, de ahí que en una ocasión, durante la histórica invasión, el guerrillero se encontraba en el bohío de Eupicio Ramírez, conocido entre los rebeldes por Picio, y donde se fabricaban los uniformes verde olivo. Allí en esa humilde mo­rada. Camilo hizo valer su talento.

La esposa de Picio se preparaba para co­menzar la tarea cuando le dijo el jefe rebelde: “Señora, déjeme a mí esa tarea ¿no sabe que fui sastre?”.

Durante su etapa de vida en los Estados Unidos, en el año 1953, tuvo que trabajar en­tre otros oficios como camarero, sin dejar de participar en las diferentes manifestaciones que ya se estaban haciendo por aquellos tiem­pos.

El trabajo nunca fue una carga para él. El dinero para su merienda era de todos. En un tiempo lo ahorró para donarlo a los niños huérfanos de la Guerra Civil Española. Pro­tector de los pobres y de esos que no podían defenderse por sí mismos, ya desde la escuela se vio venir al gigante, aquel que además de jugar pelota, practicó voleibol, nadó en piscina y montó bicicleta, todo eso de modo competiti­vo, aunque sin grandes resultados.

Pocas son las imágenes en las que ven al Camilo obrero, camarero y hasta mensajero. Sin embargo, su fortaleza nunca pereció, todo lo contrario se endureció cada vez más. De los golpes se aprende, y él supo no solo sobrepo­nerse, sino traspasar a la historia, sin abando­nar a los suyos.

En un artículo bajo su firma publicado en el periódico La Voz de Cuba, condenó la dic­tadura batistiana, y en una carta enviada a su amigo José Antonio Pérez, quien era adminis­trador del rotativo, le explicó: “Mi único de­seo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad y la hombría. Es impo­sible para mí permanecer alejado de los pro­blemas. Cuba en estas horas negras, necesita de cada ciudadano, de cada hombre, su mayor esfuerzo; el mío fue, es y será pequeño, pero será íntegro para ella”.

Camilo era, es y será siempre pueblo. Fidel Castro Ruz, el Líder Histórico de la Revolu­ción, lo señaló con total maestría: Hombres como Camilo Cienfuegos surgieron del pueblo y vivieron para el pueblo. Nuestra única com­pensación ante la pérdida de un compañero tan allegado a nosotros es saber que el pue­blo de Cuba produce hombres como él: Camilo vive y vivirá en el pueblo”.

Fuentes: El hombre de las mil anécdotas, de Guillermo Cabrera Álvarez, y Camilo Cienfue­gos: Imagen del pueblo, de Radio Rebelde.

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