Por Sergio Rolando Martínez Lorenzo, Sancti Spíritus
Hace solo unos meses se realizó la semifinal de las Pequeñas Ligas de béisbol en la zona central. Mi esposa es una defensora de los gallos espirituanos y cuando estaba en la Universidad Central visitaba el estadio Augusto César Sandino. Es una deportista frustrada, pequeña y algo gordita. En mi caso soy parecido. Somos retirados, discutimos de deportes, pero después de 40 años de relaciones, es mejor dejar las controversias para los repentistas que son los mejores del mundo.
Me acomodé a su lado para ver el último juego de las Pequeñas Ligas entre los gallitos espirituanos y Villa Clara. El somatotipo de los contrarios era superior al de los nuestros y aprovecho para rendir un sentido homenaje al atleta Enmanuel Cárdenas Gutiérrez, de Camajuaní, fallecido posteriormente.
Ese día, en el estadio Cepeda (nombrado así en honor al padre e hijo), aledaño a nuestro barrio, vimos desfilar todo un maratón de personas para animar a su equipo. Perdimos, pero nuestros niños batallaron por el triunfo. Esa semifinal fue una fiesta de pueblo.
Y eso me recordó la niñez, en que hace 63 años, en mi tierra chica de Guayos, teníamos dos equipos: La Loma y Canta Rana. Se jugaba con pelotas forradas con esparadrapo e implementos rústicos como bates de madera de mango, guásima o lo que apareciera. Mencionar nombres es imposible, solo los destacados. Al realizarse los encuentros, me asignaron la tarea de llevar el róster y costaba trabajo que todo el team jugara. Cada peloterito lo hacía dos o tres innings, exceptuando a los mejores. Hubo sus problemas, pero la mayoría me apoyaba, por eso me nombraron director del equipo. Localizaba a los jugadores y pactaba los encuentros. Así acepté dirigir a La Loma, también por algo que no tuve que pensar mucho, era el peor jugador de la novena.
De esos equipos salió para la pelota grande unos años después César Demetrio Pérez, hermano de Elcire, jefe de células del Movimiento 26 de Julio en la provincia. Salieron también médicos, economistas, constructores, abogados, internacionalistas, maestros, en fin, destacados hombres de pueblo. También fueron preseleccionados para el equipo provincial de la antigua provincia de Las Villas, Nelson Pérez, Filiberto Obregón, Librado Álvarez, Jorge Crespo, ya fallecido; Armando Castro, Ernesto Pérez, Paulino Álvarez y Eleodoro, alias Julianillo.
En 1965 me asignaron una beca al tecnológico Pepito Tey de Santiago de Cuba. Allí conocí a alguien que estuvo un corto período de tiempo y lo captaron para una escuela deportiva en La Habana. Coincidimos en ocasiones en el tren Habana-Santiago y compartíamos asientos. Él se cansaba de estar tantas horas sentado. Era Alberto Juantorena, cuando aún no era doble campeón olímpico y sí mi excompañero de estudios. Lo ponía al día sobre Santiago, él me narraba sus peripecias en La Habana. Este campeón no debe recordar al guajirito de Las Villas que abordaba el tren en Guayos.
También tuve un profesor, llamado Gil Cordobés, que se destacó en el deporte. Hacíamos nuestras prácticas deportivas en un campo de la escuela, me inclinó por la bala y me explicó algo que aún no entiendo. Decía que como era gordo y sobre lo bajito, podía practicar este implemento. Cada vez que concurría al terreno tenía que entrenar.
Hubo un encuentro interbecados al que asistimos el grupito que estábamos en la bala. Me impactó que la mayoría eran altos, jóvenes atléticos y dije: carijo, el profe me engañó, pero competí y para mi sorpresa obtuve un quinto lugar entre diez participantes.
Todos esos recuerdos y más vinieron a la mente mientras presenciaba con mi esposa la semifinal de las Pequeñas Ligas. Sirvan estas líneas como homenaje a todos los mencionados y a otras glorias deportivas locales como Jorge Castro, conocido por Cuchilla; Brito, de Fomento, que jugó con Arroceros y Azucareros; y para Zamora, jugador de Azucareros.