Un ministro cercano, que se aparecía en todas partes para interesarse por los más mínimos detalles y no dudaba en compartir sudor con los trabajadores, así era el Che. En su visita a las minas de Matahambre, bajó hasta el nivel 43, desafiando su asma, se empeñó en trabajar media jornada y al concluirla había roto la norma, pero alertó “que no le fueran a subir la norma de extracción a los mineros por lo que había hecho porque él solo había trabajado media jornada y a un ritmo de intensidad imposible de mantener de forma cotidiana”.
Muchas imágenes lo muestran en trabajos voluntarios, que concebía como formadores de conciencia y de los que fue su principal propulsor. Si al llegar a la fábrica donde iba a realizarlo, junto con sus compañeros del Batallón Rojo creado con ese fin en el Ministerio de Industrias, (Mindus) se le preguntaba: ¿Comandante, dónde quiere trabajar?, respondía con otra pregunta: ¿Cuál es el peor puesto de trabajo, el más duro? Bien, vamos a probar allí. Y concluida la jornada recorría la fábrica, conversaba con los trabajadores, sugería mejoras, criticaba la calidad de determinada producción, visitaba los almacenes y muchas veces interrogaba al administrador sobre los índices económicos.
No obstante sus altas responsabilidades, el Che dedicó especial atención al trabajo voluntario iniciado en noviembre de 1959 en la construcción de lo que sería la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en el Caney de las Mercedes, para los niños de la Sierra Maestra. Allí, sin dejarse vencer por el asma, picó piedras, tiró placas de concreto, puso ladrillos, empujó carretillas…
Cuenta el entonces jefe de Personal del Mindus, Ángel Arcos Bergnes, quien dirigía la rama de producción mecánica liviana donde comenzó el movimiento del trabajo voluntario del Ministerio, que durante esas jornadas que podían ser sabatinas, dominicales o nocturnas, se le acercaron trabajadores para comentarle: “¿Arcos, pero este hombre no siente deseos de ir a hacer alguna necesidad? No va ni al baño, viejo, y a la hora de la merienda se queda trabajando en el equipo, no descansa ni un minuto”. Ahí estribaba el secreto de por qué era muy difícil ganarle en la emulación.
Y se le vio en el puerto estibando sacos, en el cañaveral cortando caña y como operador de combinadas por semanas, con el fin de demostrar la necesidad de utilizarlas para humanizar el trabajo.
Una anécdota demostrativa de esto ocurrió en una competencia fraternal entre él y Arcos en la fábrica Sergio González, perteneciente a la entonces empresa convertidora de papel y cartón.
Ambos estuvieron durante cinco horas pegados a las máquinas presilladoras; al final el Che había presillado 4 mil 425 cajas con lo que superó la norma en 50. Pero su compañero hizo seis cajas más. Arcos se sintió eufórico por su triunfo, sin embargo, el Che le dijo que había acabado de hablar con el responsable del control de la calidad y este le aseguró que su producción era mejor, por lo tanto, el vencedor del día era él.
Cuando el incendio de la fábrica de plástico, se presentó con sus escoltas y trabajó como un obrero más. La tarea era cargar sacos de materia prima de 50 libras pero, por estar mojados, pesaban de 80 a 100 libras. Ese día él tenía un fuerte ataque de asma, y sus compañeros acordaron darle solo los sacos secos. Cuando se dio cuenta les echó tremenda descarga y les exigió que en adelante solo iba a cargar sacos mojados, porque si bien padecía de asma, no era inválido.
Son innumerables las anécdotas de ese sudor compartido con los trabajadores que convirtieron al Che en ejemplo. “El trabajo es la actividad más honrosa del hombre”, dijo, y lo demostró con sus acciones.
Fuente: Arcos Bergnes. Ángel. Evocando al Che Editorial Ciencias Sociales, La Habana 2009.