El 8 de octubre de 1967 el Comandante Ernesto Guevara de la Serna –Che como cariñosamente le llamaban los cubanos- libró su último combate por los oprimidos del mundo. Quienes lo capturaron en la Quebrada del Yuro herido y con su fusil inutilizado por un disparo le temían con creces a la inconmensurable dimensión revolucionaria del prisionero.
No tardó en llegar la orden de la Agencia Central de Inteligencia (CIA)l para asesinarlo, como ocurrió en la humilde escuelita de La Higuera, en las montañas bolivianas. Aun después de muerto, el Guerrillero Heroico –nombre con el que entró en la inmortalidad- seguía siendo peligroso. Por eso lo enterraron en un recóndito sitio para que jamás fuera encontrado.
En su carta de despedida dada a conocer por el máximo líder de la Revolución Cubana Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz el 3 de octubre de 1965 durante la constitución del Partido Comunista de Cuba, el Che proclamó: “Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos”. Y así lo hizo, primero en tierras africanas y posteriormente en Bolivia.
Era realmente un hombre con cualidades que pocas veces hallamos juntas. En su naturaleza se unifican el hombre de acción, el estratega militar, el escritor, el dirigente y guía de pensamiento visionario y profundo, el carácter férreo, austero e intransigente, sin dejar de ser humano y altruista.
De ahí fluye la fuerza de su extraordinaria personalidad forjada en el sacrificio, en el ejemplo permanente y en otros atributos que lo convirtieron en un líder admirado y querido por nuestro pueblo.
Así fue desde su incorporación como un soldado más a la legión de hombres que encabezados por Fidel integraron la expedición del yate Granma que partió desde Tuxpan, México, y arribó el 2 de diciembre de 1956 al oriente cubano para comenzar la lucha armada en las montañas de la Sierra Maestra contra la tiranía de Fulgencio Batista.
Durante los meses de combate, el Che puso de relieve sus dotes de jefe guerrillero. Por orden de Fidel asumió el mando de la Columna 8 Ciro Redondo con el objetivo de extender la guerra de liberación nacional desde la región oriental del país hasta el territorio central de la Isla, misión que propulsó el derrocamiento del régimen batistiano.
Ingentes tareas llevó a cabo desde los primeros días del triunfo revolucionario del primero de enero de 1959 las que evidenciaron su clara visión política y económica, la capacidad para organizar, su carácter austero y exigente sin soslayar el carácter receptivo que lo distinguía junto a la moral y honestidad sin límites.
Tales cualidades estuvieron presentes como director del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), presidente del Banco Nacional de Cuba y ministro de Industrias, cargos que ocupó entre 1959 y 1965.
El contacto permanente con la clase obrera tenía un sentido didáctico en la prédica del Guerrilero Heroico. Era usual en su quehacer como dirigente la estrecha vinculación con trabajadores y sindicalistas de diversos sectores en cuyas fábricas y talleres compartió una asamblea, la inauguración de una industria o en actos para reconocer el esfuerzo individual y de un colectivo.
En esos y otros espacios argumentaba la necesidad del aprovechamiento pleno de la jornada laboral, la importancia del control estricto de los recursos, la relevancia de la actividad innovadora para enfrentar y solucionar las carencias de piezas de repuesto. Expresaba igualmente su total preocupación por las condiciones de trabajo, el aumento constante de la productividad y la calidad a la que consideró como “el respeto al pueblo”.
Fue el promotor y máximo impulsor del trabajo voluntario en Cuba. Era común su participación en jornadas dominicales en una zona portuaria, la edificación de un centro escolar, en un campo de caña como machetero o conduciendo una máquina combinada.
Muy presente tuvo a los jóvenes. Con ellos abordaba asuntos medulares y complejos temas como la conciencia, la prédica con el ejemplo, la ética, la cultura y el amor del revolucionario íntegro. «Hablarle a la juventud es una tarea muy grande», afirmaba.
Tres décadas después de su asesinato fue hallado el cuerpo del Comandante Guevara y trasladado a Cuba junto a otros seis compañeros de lucha.
Desde 1997 reposan en la ciudad de Santa Clara los restos del Che y de internacionalistas cubanos y latinoamericanos caídos en Bolivia.
La obra política y revolucionaria del Guerrillero Heroico nos llegó a través de su intenso batallar como un legado imprescindible cuya impronta constituye guía y bandera de lucha en defensa de las causas más nobles de la humanidad.