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Palabras

Esa belleza extraña de las compo­siciones de Marta Valdés, que ha inspirado y desafiado a no pocos cantantes, ha instalado a la artista en un lugar no muy transitado del panorama de la música cubana, ámbito de elegidos.

Numerosas instituciones culturales rendirán tributo próximamente a la compositora, cantante, guitarrista y crítica musical Marta Valdés, fallecida el pasado jueves en La Habana. Foto: Sigfredo Ariel

Marta Valdés no fue un fenó­meno de masas (ni ella lo preten­dió nunca), el suyo siempre fue un público más selecto, sensible a ciertas resonancias líricas. Y pre­cisamente por eso, más que admi­radores contó siempre con devotos.

Cuba ha despedido a quien quizás fuera en estos momentos la principal representante de una época de la canción cubana, etapa de tránsitos y renovaciones forma­les que no fracturaron la gran tra­dición trovadoresca, el influjo ma­ravilloso del filin, el reinado del bolero… Pero era otra la materia, otra la luz. Allí se realizó Marta Valdés.

Evocando los sentimientos más íntimos del ser humano (que son al final patrimonio compartido), des­nudando pasiones y anhelos, dia­logando con grandes figuras de la cultura nacional —fueran o no sus contemporáneos—, ella fue articu­lando una obra que ha devenido le­gado para la nación.

A golpe de melodías, armonías y palabras, Marta Valdés caló en mi­les de personas, que asumieron sus temas como parte raigal de sus ban­das sonoras.

Ella, además de cantautora y guitarrista, fue una gran pensadora de la cultura. Una humanista. Una maestra. Lo único que puede llenar su vacío es el fruto de su ejemplo. No solo dejó canciones; forjó un rele­vo.

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