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La necesidad hace…

Foto: Pedro Paredes Hernández

“Nací y me crié aquí, en El Guayabo, mi padre era campesino y salí solo a estudiar, me hice técnico medio en Agronomía, después seguí, me gradué de ingeniero agrónomo y soy máster en Agroeco­logía. Ahí aprendí mucho, cosas que no sabía y ahora aplico y son buenas para la producción”.

Para quien no lo sepa resultaría improba­ble atribuirle grado científico a este hombre espigado, vestido con ropa de campo, machete colgando a la cintura, botas de goma para desa­fiar el fango y con la afabilidad del campesino a flor de piel. Pero Paulino Barrios Valdés es de los que hace ciencia pegado al surco.

Comenzó su vida laboral en la Empresa de Acopio y Beneficio de Tabaco Pinar del Río. Cumplió 58 años y continúa formando parte de ese colectivo; actualmente se desempeña como supervisor agrícola y, aunque en ocasiones ocu­pó otros cargos y responsabilidades, siempre los aceptó de forma transitoria, para ayudar, porque no quiere alejarse de la tierra.

Integrante de una familia de 11 hermanos recuerda que, al fallecer el padre, demoraron los trámites de herencia, perdieron parte de la docu­mentación y hoy trabajan la misma vega en la que crecieron en condición de usufructuarios, pero solo él y otro varón de la descendencia siguen viviendo en esos lares, un asentamiento rural del Consejo Popular Jagüey Cuyují, del municipio cabecera.

Son socios de la cooperativa de créditos y servicios Abel Santamaría, manejan nueve hectáreas y además de cultivar tabaco, la ma­yoría del área está destinada a la producción de alimentos, especialmente después de que el huracán Ian destruyó la casa de cura; la suya es una de las que se encuentra en construcción.

Defiende la utilización de productos biológi­cos porque es una manera de hacer que la comida resulte más sana, “que no le haga daño a la salud de la gente”, aunque, reconoce, “existe un défi­cit marcado, pero bien marcado, de los químicos para controlar las plagas, que antes había y ahora no hay.” En la campaña pasada el trip hizo estra­gos en las plantaciones de frijoles de la provincia y él encontró la manera de detenerlo.

“Pensé que la tabaquina funciona con otras, incluso en el mismo tabaco, ¿por qué iba a ser esta la excepción?, y sabía que el cundiamor es repe­lente y se usaba antes en los campos para la cura de parásitos intestinales y en las provincias orien­tales hay experiencia del empleo de la cardona. Mezclamos todo eso, lo aplicamos cada siete días, porque el momento clave es entre la floración y la salida de la vaina y eso ocurre muy rápido.

“El objetivo es lograr un ambiente desfavo­rable para el bicho. En el fórum de la Empre­sa explicaba que si usted está en un local con aire acondicionado, aromatizado, tranquilo, no quiere salir para el calor, con malos olores y a que lo empujen, pues eso mismo pasa con la plaga, si se acerca y no hay buen ambiente, se va”.

Asegura que tuvo buenos resultados, muy superiores a los del área en la que no utilizó el bioplaguicida; sin embargo, no documentó esta­dísticamente el impacto, “es que lo mío es más la práctica”. Atestigua que, al menos, obtuvo cuatro vainas más por planta y comenta que en la actua­lidad coordinan para la formulación científica y el estudio entomológico que avale la innovación.

En ella hay elementos de generalización por el uso de la tabaquina y la cardona, enriquecidos por el aporte del cundiamor; todos son de fácil ad­quisición y están disponibles en nuestros campos. Llevar a gran escala tal producción puede incidir, de forma favorable, en el incremento del rendi­miento del frijol.

Paulino es uno de los pinareños que asistirá a la Primera Feria de Innovación para el Desa­rrollo, que se efectuará en La Habana, a finales del presente mes. Defiende que la necesidad re­sulta la madre de la invención. En este caso, la ausencia de químicos le llevó a pensar en cómo salvar la cosecha de granos, por la economía familiar, de la Empresa, la provincia y el país.

Confía en que la solución hallada pueda ge­neralizarse “porque tiene futuro, no sabía si iba a dar resultado, pero lo dio”. Casado y padre de un hijo de 28 años, se reconoce a sí mismo como un campesino que ayuda a su hermano en la vega.

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