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Unidos en los caminos de hierro

Merley Rosell Núñez y Roberto Jabalera comparten una amplia comunidad de intereses. Quizás por eso unieron sus vidas hace seis años, luego de llevar muchos como compañeros de trabajo en el sector ferroviario.

Ellos tienen dos casas: la del Cerro, en la capital cubana, donde Roberto se fue a vivir con Merley, la madre de esta y su hijo; y los trenes Habana-Holguín extra No 15 y el Holguín –La Habana extra No 16, donde en los caminos de hierro pasan casi todo el tiempo de sus vidas. Merley es jefa de brigada, y él es conductor, la máxima autoridad dentro de los trenes. Ambos tienen que ser muy exigentes para que en cada recorrido, los viajeros reciban el trato que merecen y puedan llegar a su destino de manera segura.

La capital habanera y la ciudad de los parques, como se conoce a la de la oriental provincia de Holguín, están separadas por más de 700 kilómetros. Si no hay grandes obstáculos, como las frecuentes roturas de las locomotoras o algún accidente, el viaje transcurre en aproximadamente 16:35 horas.

En todo ese tiempo ninguno de los dos puede descansar porque hay que supervisar todos los vagones para que las ferromozas cumplan con su trabajo, los dependientes despachen las meriendas; y quienes se ocupan de la higiene honren su encargo. Merley tiene, además, entre sus funciones tramitar las capacidades para la lista de espera en las provincias.

Roberto dice admirar de su esposa la entrega a sus deberes: su disciplina y dulzura para interactuar, lo mismo con las ferromozas que con los viajeros. Igual opina ella, quien resalta la capacidad que tiene Roberto de resolver los problemas. Por eso asegura haber puesto sus ojos en él: «Nunca lo he visto maltratar a nadie. Se las arregla hábilmente para que cualquier incidencia se resuelva por la vía del convencimiento. Tener a una autoridad así nos hace a todos mejores trabajadores, porque él es un buen ejemplo. Creo que la admiración hacia Roberto no es solo mía. Se la ha ganado entre todos los que trabajamos liderados por él”.

En los trenes han pasado cumpleaños, fines de años y otras fechas significativas. Esos recuerdos ambos los atesoran. También han lidiado con trenes varados, roturas y otras vicisitudes generadas por el complicado estado del parque de locomotoras en la Isla.

Todas las experiencias: las buenas y las malas les han servidos para reforzar el sentido de pertenencia y formar una familia de ferroviarios, con una cultura que lleva implícita la solidaridad y el respeto.

“Vivimos en los trenes: Roberto hace 43 años. Desde que comenzó en una escala rigurosa para poder llegar a ser la máxima autoridad del tren (pasando por auxiliar en todas las categorías). Yo llevo un poco menos, 31. He sido ferromoza en este trayecto, pero igual es más de la mitad de lo que he vivido. Tengo 53 años y Roberto 63”.

Al término de nuestra conversación con estos trabajadores que honran al sector ferroviario supimos que Roberto espera jubilarse cuando cumpla sus 65 años. Lo dijo no sin un poco de tristeza, pero alegando con sano orgullo que ha formado a muchos jóvenes para que el relevo no se pierda.

“Quiero descansar un poco. La vida sobre los trenes es apasionante, pero muy sacrificada. Sobre los rieles me formé con la responsabilidad de que miles de personas lleguen a su destino satisfechos y seguros”, alega Roberto y abraza a su esposa no sin exclamar que está convencido de que cuando él no esté entre la tripulación, todo marchará bien, porque no se trata de una persona; sino de una cultura reforzada en un equipo”.

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