Llegaron temprano. Se abrazaban por el tiempo pasado y por sentirse extrañados. Se reconocieron con más canas, algunos hasta con bastón, pero en la misma familia. Habían sido convocados no para recibir diplomas, entrega de bandera o acto protocolar. Habían sido invitados a compartir vivencias, anécdotas, a emocionarse y reírse de felicidad en un periódico que ayudaron a construir y en el que dejaron parte de su vida.
Así pudiera comenzar la crónica de este de 2 de octubre del 2024, uno de los días más felices desde que llegué siendo un estudiante (1996) al periódico TRABAJADORES. Por entonces, muchos de los que hoy fueron invitados a «su segunda casa» eran mis maestros, mis compañeros de redacción, choferes, correctores, fotógrafos y hasta recepcionistas.
Sin embargo, después que se retiraron o cambiaron de medio de prensa, jamás se habían podido encontrar de nuevo. Ahora lo hicimos a través de una llamada telefónica, una cordial invitación sin transporte y una frase primaria para darle pista sobre nuestros planes: «Queremos abrazar pasado y presente como parte de los 55 años que vamos a cumplir el 6 de junio del 2025».
Algunos tildaron de loco al nuevo director, otros dijeron que sí al momento, algunos se excusaron por la lejanía y lo costoso de una máquina para llegar, otros deseaban ir, pero ya tenían planes o compromisos laborales o familiares, y no faltaron quienes no pudieron ser localizados porque sus teléfonos nunca aparecieron o ya no viven en Cuba. Eso sí, hubo una cruzada por localizar a la mayor cantidad de personas posibles, conscientes de que si alguno se escapó habrá tiempo para volverlos a convocar. La lección es una sola: ¡Prohibido olvidar!
Pasadas las 10:30 de la mañana comenzaron a estremecerse los corazones. Y confieso que más de uno se resistió y peleó para no llorar, pero cuando hay amor verdadero es imposible. Tellería confesó taquicardia mientras hablaba, María de las Nieves expresó la dulzura intacta con su sonrisa. Iraida recordó nombres, muchos nombres, y su emoción nos contagió como el niño que espera el beso de su madre con los ojos cerrados y la frente en alto.
Pepe Alejandro dio en el blanco al recordar la humildad y el aprendizaje que siempre ha existido – y existirá- en un colectivo que respetaba el perfil editorial con un periodismo polémico, investigativo y apegado a la vida diaria del trabajador del puerto, de un central, un anirista, un entrenador. Y de los jubilados que hoy, como ayer, son el sector más vulnerable de la sociedad.
María Emilia, Clara César, Naida, Tony Hernández, Mirna, Roger, Agustín, Hedelberto, Manuel, Blanquita, Cánovas, César, Alberto, Magda, Orlando, Susana, y Cira no solo agradecieron el gesto, sino que se preguntaban una y otra vez: ¿qué impide hacer esto no solo en otros medios de prensa, sino en una fábrica, en una escuela, en un hospital, en cualquier centro laboral? Nada. Solo puede frenarlo la inercia, la rutina. Sacudirnos todos de eso es el único camino verdadero.
Ya en la despedida, las fotos en blanco y negro de muchos de ellos, escondidas en un mural, les rompió el alma a no pocos. El recuerdo de quienes no están físicamente también golpeó. Pero para esos ausentes no hubo minutos de silencio, sino aplausos. Vinieron más fotos, un cake bien naranja gracias al amigo Mark y hasta un traguito con música, como en los buenos tiempos de las fiestas sindicales que algunos de ellos organizaban.
Juro que llegaron bien temprano y casi ninguno quería irse. Juro que se sorprendieron y las palabras se trababan de emoción y añoranzas. Ya en la puerta, Cira, con su pelo amarillo y los ojos nadando dentro de los espejuelos, me tomó de la mano y soltó el aire que evita infartos: «No dejes morir esto. Yo soñaba que entraba por la puerta y nadie me conocía. Pero era solo un sueño. Entré y todos me abrazaban como la primera vez».
Me sonreí complacido y alcancé a despedirme con la prisa de una próxima reunión: «Esa precisamente era la idea. Abrazarlos a todos, pasado y presente». Y me fui corriendo para no delatar más a mi corazón.