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XVII edición del Concurso Cuba Deportiva: Premio Especial El legado de Lucía

Decían los griegos de la antigüedad que los hombres escogidos por los dioses del Olimpo eran personas que morían jóvenes. Cuando la vida es corta: 13 años, y se deja una estela de amor, cariño y buenas acciones, la muerte no es verdad. Por ese incier­to camino anduvo Lucía Zuaznábar Martiatus, atleta matancera que se alistaba para participar en los I Jue­gos Escolares Nacionales.

Los estudios primarios los rea­lizó en diferentes instituciones del municipio de Los Arabos, su tierra natal. Cuando cursaba el séptimo grado en la Secundaria Básica José María Duarte se realizaron las cap­taciones para la Campaña de Alfa­betización y su respuesta además de afirmativa, fue inmediata.

Una vez cumplida con la enco­mienda, se incorporó a la escuela para continuar estudios con su lo­zanía juvenil y la semisonrisa de siempre.

En 1961 surgió un movimiento deportivo fuerte en la secundaria donde estudiaba, con equipos de béisbol, baloncesto y uno de vo­leibol, a estos dos últimos Lucía se integró desde sus inicios y las se­lecciones resultaron ganadores a la postre, en encuentros fraterna­les en la región y la provincia.

Al crearse el equipo de gim­nástica en su centro estudiantil, solicitó a los entrenadores su in­corporación, sentía una atracción desmedida por este deporte, aun­que solo había visto sus prácticas en la televisión. Una vez dentro, rápidamente comenzó a brillar.

Venció en competencias re­gionales, alcanzó el primer lugar en el Campeonato Provincial de Gimnasia de Matanzas (1962), en la modalidad Caballo de Salto. Por esos loables resultados fue selec­cionada para competir en la cita escolar nacional que se efectuaría en la capital al año siguiente. Pre­tendía convertirse de esta manera en la primera atleta del sexo feme­nino que representaría a Los Ara­bos y a Matanzas en la disciplina.

A mediados de 1962, y con el ánimo de conformar la preselección nacional de gimnastas fueron con­vocadas para La Habana las mejores exponentes de la isla. El Hotel Ha­bana Libre sirvió de villa a las biso­ñas atletas. Se avizoraba esta como la oportunidad que tenía Lucía para su despegue definitivo en estas lides.

Inexplicablemente, en uno de los horarios de receso de la jornada del 5 de agosto de 1962, después de haber concluido las agotadoras sesiones de entrenamiento, Lucía no apareció.

Fue buscada por toda la zona aledaña a la piscina. El agua estaba turbia y se le indicó al salvavidas que rastreara la alberca; dolorosamente, después de un tiempo de búsqueda, salió con el cuerpo sin vida. Sus ma­nos estaban engarrotadas, quizás en la agonía de la asfixia intentó subir a la escalerilla. Se hizo todo cuanto se pudo. Los recursos humanamente posibles tanto en la instalación como en el Hospital Calixto García fueron puestos en función del hecho, pero resultaron infructuosos.

El cadáver de Lucía fue trasla­dado al lugar donde se solidifica­ron sus anhelos: la secundaria José María Duarte, de Los Arabos. La escuela a la que con tanto orgullo representó resultaba pequeña para albergar a todos cuantos querían verla por última vez. Familiares, amistades, condiscípulos y maestros le dieron el último adiós. Represen­tativos del INDER Nacional y Pro­vincial, del Ministerio de Educación y del Departamento Nacional de Educación Física, acompañaron al féretro hasta a la Necrópolis.

Como recordatorio a su impron­ta, se realiza anualmente en Los Arabos, la Carrera Emblemática Lucía Zuaznábar, coincidiendo con el aniversario de su natalicio. Lucía forma parte de la historia de su pue­blo. Es voluntad, guía, ejemplo para quienes aspiran a ser grandes en el deporte. Su estrella brillará por siempre. Donde exista sencillez, te­són y sacrificio vivirá una Lucía.

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