Ni la amenaza de la lluvia o de un posible apagón rompieron la magia de la invitación a pensar, sentir y amar mucho más a Cuba desde la fotografía de Roberto Chile con décimas de Alexis Díaz Pimienta. La Biblioteca Nacional José Martí fue el escenario escogido y todos parecíamos lectores de una CONVERGENCIA (título de la muestra) que estremece el alma e inspira muchas ideas.
Más que describir la audacia, la valentía, el ojo preciso del fotógrafo para captar primeros planos, defender el blanco y negro de cada instantánea, escoger temas tan íntimos y auténticos como la Bandera, la pelota callejera, La Habana, la emigración, El Capitolio, la resistencia, la esperanza, la familia, la religión, Fidel, la vejez, los jóvenes y el amor, entre tantos otros; prefiero comentar lo que me llevé de cada foto, acompañada con el verso agudo, picante, cubanísimo y atrevido del repentista.
Otra vez volví al día-día del cubano, a esas miradas que desean salir de la crisis económica en que estamos, a veces contemplativas, a ratos furiosas, y en su mayoría enigmáticas sobre la luz del final del túnel. Y encontré también el apagón desquiciante, las maravillas de las madres para poner un plato de comida cada día, el transporte vetusto de los almendrones y la coraza verde olivo que siempre señaló el futuro con más sueños cumplidos que deudas pendientes.
La exposición, tal y como la definió su autor, puede resumirse en la canción de Silvio: Venga la esperanza. Y es cierto. Quizás todos los que aún trabajamos sin que el salario nos alcance; los que nos aferramos a la justicia social conscientes de que las desigualdades aumentan a galope; los que vemos ataques, insidias y mentiras en redes sociales por ganar Like y no corazones; los que nos aprieta el pecho la emigración económica de los últimos cuatro años; y los que amar a este país no se encierra en consignas o un carnet de militancia tenemos todavía eso: Esperanza.
Esperanza de que el trabajo estatal vuelva a cumplir su rol preponderante en la sociedad y el privado sea complemento, nunca viceversa. Esperanza que el liderazgo político y social nos devuelva una Cuba con menos tensión alimentaria y más respiro en los bolsillos. Esperanza de que nuestros hijos no solo quieran estudiar en la Universidad, sino que luego quieran cambiar y transformar su sociedad con lo aprendido, no irse a reproducir códigos de otras sociedades y recordarse de Cuba en remesas familiares.
Esperanza de que la corrupción no nos aniquile el alma; que el béisbol nos llene de premios de nuevo con nombres que nunca dejan de ser cubanos, jueguen donde jueguen; que los artistas no tengan que repetir guiones políticos o de odio y puedan mostrar su arte a plenitud; que decir: yo soy revolucionario no estigmatice a nadie, sino que permita respetar las ideas de cada quien en verdadera democracia.
Todo eso pensaba, sentía y amaba cuando pasaba por delante de cada foto de Chile y bebía las décimas de Pimienta. Pero hubo una que me robó los ojos y escogí para ilustrar este post. Una botella en medio de olas, con una bandera cubana dentro. Así lo resumió el poeta y no hay más nada que aportar:
Arrojemos al oleaje/una botella, una sola/Y que flote en cada ola/inequívoco mensaje/ Contar lo mejor del viaje/para que, si alguien algún día/ encuentra en la mar bravía/ la voz de un náufrago herido/ solo diga, sorprendido:/ Era verdad: existía!”.