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RETRATOS: La intensa vida de la doctora Loida

Cada día, sobre las cinco de la mañana, la doctora Loida Mevis Savón George se levanta y comienza su rutina: se baña; prepara el desayuno (algún jugo y unas tostadas) y sale a cumplir con la pasión de su vida: la medicina, esa profesión que le ha dado la oportunidad de servir al prójimo con mucho amor.

 

Foto: Agustín Borrego Torres

 

A sus 81 años de edad, aún no ha decidido jubilarse. Y es que desde pequeña tenía clara su vocación: quería ser médico. El triunfo de la Revolución, le dio la oportunidad de poder cumplir su sueño.

Nació en la ciudad de Guantánamo, y tuvo una infancia feliz. “Crecí en el seno de una familia religiosa, que nos inculcó valores para la vida. Mi padre, Martín Savón Portuondo, trabajaba durante el período de zafra, cargando sacos de azúcar para los barcos en el puerto de Boquerón. El resto del tiempo tenía que hacer otras labores, en lo que apareciera. Mi madre, Zoila, se había graduado de enfermera, pero no ejerció. Éramos cinco hijos, cuatro hembras y un varón, y había que dedicarles tiempo. Ellos deseaban que tuviéramos un mejor futuro”.

Cuando se produce la campaña de Alfabetización, casi todos se sumaron a la tarea. “Mi hermano, Isaías, y Deborah, Ruth María y yo, alfabetizamos en Bayate. Nunca nos habíamos separado de nuestros padres, y aunque no estábamos muy lejos, mi madre iba con frecuencia a visitarnos y llevarnos cosas de comer.

“Al terminar la campaña, hubo una convocatoria para realizar un curso de nivelación, a fin de estudiar Medicina y opté por ello. Así, en 1962, comencé en el Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, donde realicé los dos primeros años. Posteriormente, en el hospital Nacional hice tercero y cuarto años”.

Fue en esa época que conoció a Esteban Torres Valerio, con quien estaría casada durante 25 años.

“Él era habanero y nos comprometimos. Enseguida salí embarazada. Al concluir el cuarto año, tuve a mi primer hijo, Esteban, y mi mamá vino a ayudarme.

“Posteriormente, nos fuimos a terminar la carrera en Santiago de Cuba”, acota. Fueron años intensos, de sacrificio, pero con el premio, al concluir los estudios en 1974, que le fuera otorgada la especialidad de Oftalmología.

 

Años inolvidables

Loida no olvida sus años de estudio en el hospital Clínico Quirúrgico Docente Dr. Salvador Allende, en la capital cubana. “Ahí tuve como profesor al doctor Orfilio Peláez, quien era la imagen del sacrifico ante el trabajo. Entraba a las siete de la mañana y se iba a las seis de la tarde; a veces, ni almorzaba, atendiendo los casos que llegaban de todas partes de Cuba y del mundo. Él nos forjó en esa dedicación.

También agradece en su formación, las enseñanzas y el apoyo de los doctores Evelio Mendoza y Ovel García.

“Cuando vengo a hacer la especialidad, mi mamá había fallecido. Para ese entonces, ya tenía a mi segundo hijo, y tuve que traerlos para La Habana. No teníamos dónde vivir y hablé con el profe Orfilio, quien se lo planteó al director de la institución, y me dejaron estar en el albergue de las mujeres con los dos niños; en tanto, mi esposo permanecía en el de los hombres. Así estuvimos hasta que Orfilio habló con el delegado del Poder Popular y me resolvieron una casita modesta cerca del hospital”, manifiesta.

Ella recuerda el tiempo en que se construía la sala de terapia intensiva en el hospital. “Hubo varias visitas de Fidel, siempre preocupado por la marcha de la obra, que se inauguró en septiembre de 1989. El Comandante en Jefe se interesó por el tratamiento de la retinosis pigmentaria desarrollado por el profesor Orfilio, y en marzo de 1990, se creó el Centro de Referencia Nacional de Retinosis Pigmen­taria”.

 

Una experiencia extraordinaria

En 1985, Loida, junto a su esposo, quien se había formado como patólogo, resultaron escogidos para cumplir misión en Vietnam. “Fuimos designados al hospital Amistad Cuba-Vietnam, en Dong Hoi, en la provincia de Quang Binh. Ese centro había sido propuesto por Fidel, durante su visita a Vietnam, en 1973, dada la necesidad de aplacar las secuelas de la guerra en ese territorio, uno de los más asolados por los bombardeos de Estados Unidos.

Cuando llegué fue un choque de culturas. Nos comunicábamos con el inglés que sabíamos, y poco a poco, aprendimos algunas frases del idioma de ellos Me impresionó ver cómo los médicos vietnamitas podían operar una persona sin apenas contar con medios y, lo más importante, tener resultados. Aquellos especialistas, luego de sus consultas, iban para sus casas, criaban puercos, pollos, sembraban arroz, para ayudar a la subsistencia de la familia.  Tenían un gran espíritu de superación. Muchos habían estudiado en Francia, en Portugal y en Rusia.

“Me acuerdo que operaban las cataratas con unas piedras de silicato, semejaban semillas del tamaño de un garbanzo pequeño y con eso se extraían la catarata. Aprendimos mucho con ellos, y fueron receptivos a nuestras sugerencias.

“Ahí estuvimos once meses, al concluir, regresé a Pinar del Río y obtuve, por oposición, una plaza como especialista en el hospital Salvador Allende, en donde he permanecido siempre. Solo volví a salir, cuando fui a cumplir misión docente en Guinea Bissau, en tres ocasiones.

 

¿Su mayor orgullo?

“Mis hijos, mis nietos y haber podido aportar a la humanidad mis conocimientos para su beneficio.  Esteban mi hijo mayor, es médico, desde chiquito dijo que iba a seguir nuestros pasos. Esteban Segundo, mi otro hijo, es licenciado en Inglés y Francés. Los dos son excelentes personas.

“En lo profesional, he tenido resultados: soy especialista de Segundo grado y profesora auxiliar; hice mi maestría en Longevidad satisfactoria, y dos diplomados en nutrición. Tengo el placer de haber contribuido a que muchas personas recuperen la visión y eso es algo emocionante”.

 

¿Hasta cuándo operó?

“Me mantuve en el salón hasta 2012. Fui operada de un carcinoma de colón y me limitaron las guardias y el salón. Pero me mantengo activa: los lunes hago consulta en el Centro Médico Psicopedagógico La Edad de Oro los martes doy consulta y docencia en el policlínico Antonio Maceo, ubicado cerca de mi casa, en el reparto Casino, en el municipio capitalino del Cerro.

“El miércoles voy al hospital Pediátrico del Cerro, donde realizo la consulta y ejerzo la docencia con alumnos de quinto año. El jueves, en el hospital Salvador Allende, atiendo a personas con glaucoma y oftalmología general y los viernes, me corresponde la docencia con los residentes, pueden ser exámenes, seminarios, conferencias…

“Pertenezco a los tribunales de pase de año y de especialistas; asesoro tesis y además soy oponente de tesis. He participado en más de 60 o 70 tribunales de exámenes, entre otras actividades. Ahora estoy enfrascada en presentar el expediente para obtener la categoría de Profesor Consultante”.

 

¿Qué la mantiene aún en su puesto de labor?

“Me encanta mi profesión y todavía me siento con capacidad para hacerla. Ojalá la situación del transporte me permita mantenerme en esa labor porque la disfruto mucho.

“Cuando le pregunto qué consejos da para mantener esa vitalidad en la tercera edad, ella manifiesta que un el estilo de vida influye un 75 % para tener una buena salud y una longevidad satisfactoria. “Tuve la suerte de crecer en un hogar donde nos enseñaron buenos hábitos alimenticios: mi papá era vegetariano, y por eso, en la mesa, eran común los vegetales, también la carne y los frijoles que son una fuente inmensa de proteínas.

“En lo personal, mi fe y creencia en Dios, me ha ayudado mucho a ser positiva, a tener optimismo y superar obstáculos”, concluye.

 

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