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Un cuadro emblemático entre las cariátides habaneras

Prácticamente ignorada por los medios durante sus dos meses de permanencia en el Centro Hispanoamericano de Cultura, el venidero 13 de septiembre será clausurada la exposición Regreso a las cariátides, organizada con la colaboración de Galerías Collage Habana en ocasión de los 20 años de esa prestigiosa sala promotora de las artes visuales; muestra que reúne obras de igual número de artistas que han tenido vínculos artísticos con este espacio.

 

 

 “Regreso a las cariátides funciona como un homenaje al tiempo implacable. Se monta en la sumatoria de recuerdos, logros, ilusiones, proyectos y deseos; todo marcando los límites del edificio enfrentado eternamente al mar”, expresa en las palabras del catálogo el crítico Abram Bravo, también a cargo de la curaduría y la museografía junto con Lesbia Méndez.

Al hacer un recuento del significado social y cultural del Centro Hispanoamericano de Cultura ubicado en Malecón número 17, entre Prado y Capdevilla, en la capital, Bravo dijo, además, que es irremediable “recordar lo que durante años ha sucedido en sus galerías. El paso de artistas de varias generaciones, el inicio de algunas carreras y la consolidación de otras, incluso el complemento necesario para una meta determinada. Al final el edificio siempre ha estado en la mira y, a pesar del caprichoso tiempo, ha mantenido impacto e interés: envejece como el buen vino.

 

En la inauguración de la muestra. Foto: Cortesía del artista

 

 “Los veinte artistas reunidos en Regreso a las cariátides —agregó— mantienen una relación especial con el espacio. De una u otra manera este sirvió para dar forma a ideas determinadas que se desdoblaron en exposiciones personales; exposiciones que marcaron un momento significativo en la carrera de cada uno. Ahora vuelven en su aniversario veinte, dando fe por separado de la importancia escondida de un inmueble. Reacomodan un cuerpo visual en esencia divergente, armando un homenaje que decide hablar en imágenes”.

La exposición está integrada por relevantes figuras de las artes visuales contemporáneas en Cuba, como Alfredo Sosabravo, Premio Nacional de Artes Plásticas 1997, Agustín Bejarano, Juan Moreira, Moisés Finalé y Nelson Villalobos, figuras que sostienen el peso artístico de este proyecto en el que igualmente participan  Agustín Hernández,  Alfredo Coello (Medialuna), Alejandro Jurado, Arián Irsula, Claudio Sotolongo, Enrique Ángel Cabrera, Gabriela Paz, Gabriela Reyna, Glauber Ballesteros, Greta Reyna, Harold Ramírez, Jorge Mata, René Rodríguez, Rolo Fernández y Víctor Maden.

 

Vista parcial de la exposición. Foto: Cortesía del artista

 

El Corazón de Jesús, una obra representativa de las fibras populares

Entre las propuestas iconográficas que más han llamado la atención del numeroso público que ha visitado este proyecto, se encuentra la pieza de Bejarano titulada El Corazón de Jesús (acrílico sobre lienzo, 153×200 cm, 2022), cuadro al que dedicaré un aparte por su extraordinaria connotación en la memoria y el imaginario popular. Se trata de una obra recreada en uno de los íconos más trascendentes de la cultura doméstica insular (y también latinoamericana) del siglo XX.

En su proyecto, el reconocido maestro cita, con la impecable calidad de su dibujo, una de las versiones impresas más comercializadas en Cuba durante la primera mitad del pasado siglo y la década posterior a 1960, de la célebre imagen del Sagrado Corazón de Jesús, pintada en 1760 por el pintor italiano Pompeo Girolamo Batoni (Lucca, 25 de enero de 1708-Roma, 4 de febrero de 1787) y que fue colocada en una capilla de la iglesia del Gesú en Roma. Otra serie de grandes pinturas del Sagrado Corazón de Jesús realizadas por Batoni fue encargada en la década de 1780 por la reina portuguesa para la Basílica de igual nombre en Lisboa.

Batoni se sintió motivado a pintar este cuadro por la supuesta aparición de Jesús a Santa Margarita María. Se dice que la aparición ocurrió cuando esta oró a Jesús ante el Santísimo Sacramento durante la fiesta de San Juan Evangelista en 1673.

Ya he apuntado que desde que comenzó a incursionar en el arte,  ejercicio que se remonta a su infancia,  la pintura —como el grabado y la escultura— de Agustín Bejarano ha tenido una concepción muy humanista, cuyas tesis echan anclas en sus orígenes y en la cultura universal a través de una simbología con representaciones diversas que derivan, por lo general, en obras que lo sitúan como un cronista de su tiempo, y también del espacio vivido por sus antepasados, para crear mundos paralelos  estructurados con la magia de sus dibujos subordinados a una técnica que despierta la conciencia de los demás.

 

Bejarano junto a su cuadro El Corazón de Jesús. Foto: Cortesía del artista

 

En El Corazón de Jesús, como en toda su obra precedente, de la que constituye insignia la serie Los Ritos del Silencio, el artista establece un diálogo que insta al espectador a sentir un retorno, una mirada reflexiva y crítica hacia el pasado. La obra promueve frases de admiración y criterios diversos sobre una imagen promovida por la iglesia católica en tiempos en que los practicantes de esa fe constituían alrededor del 70% de la población cubana, en su mayoría pobre.

La pieza inspirada en el original de Batoni fue impresa en diferentes formatos y técnicas, amén de haber sido reproducida en lienzo por artistas que luego las vendían a la burguesa local.

El cuadro de Bejarano está ubicado en un entorno doméstico humilde, sencillo, donde se encuentra un hombre pensativo, cabizbajo, extraído de entre lo más representativo de nuestra gente “de a pie”, inmerso en las contingencias existencialistas que nos agobian en estos difíciles tiempos en los que hay un retorno a la fe con la esperanza de una época mejor. Simbólicamente en la escena aparece una puerta ataviada con la clásica cortina de los hogares cubanos, pero está clausurada, cerrada, expresión visual que puntualiza el pensamiento tal vez desesperanzado y ya cansado del hombre que nos recuerda al pequeño y valiente personaje de Los Ritos del Silencio ahora sentado en un antiguo sillón (balance).

“Ese es el cuadro que más nos gustó, porque nos recuerda nuestra infancia, a nuestros abuelos. Esa imagen de El Corazón de Jesús se conserva en miles de hogares cubanos de todo el país, y es adorada y bendecida por familias de todos los estratos sociales”; dijo Nechma Suárez, enfermera y creadora del proyecto socio-cultural Luz y Vida, quien vino acompañada de varias personas que igualmente opinaron lo mismo. Actualmente se estima que alrededor del 40 por ciento de la población cubana practica el catolicismo.

Esta emblemática obra posee el distintivo sello de la originalidad impuesto por Bejarano desde que comenzó a incursionar en el arte. Él recrea códigos inherentes al hombre contemporáneo mediante testimonios y huellas que asimismo tienen que ver con los temas religiosos, tanto cristianos y católicos como de la herencia africana, amén de sus reflexiones en torno a la vida íntima del hogar cubano, con sus reminiscencias del pasado, en un cosmos conformado por ilusiones, desengaños, amores y adversidades, pero no referenciados como si se tratara de un cronista o un historiador, sino como lo que realmente es, un gran pintor.

 

Bejarano y el maestro Nelson Villalobos, junto a la pieza de este último. Foto: Cortesía del artista

 

También han ganado reiteradas palmas los trabajos del maestro Alfredo Sosabravo incluidos en la muestra Regreso a las cariátides, creación que lo ratifica como uno de los artistas cubanos más importantes de las artes visuales y el diseño; así como los proyectos de Moisés Finalé, Juan Moreira y Nelson Villalobos, grandes figuras de la plástica cubana. En la muestra asimismo sobresalen significativas propuestas iconográficas del resto de los artífices.

 

 

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