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Fiesta

Foto: Heriberto González Brito

El noveno mes del año abre sus puertas en toda nues­tra geografía con una fiesta singular. La fiesta del saber pone tonos multicolores al paisaje con los niños y ado­lescentes, quienes lucirán orgullosos sus uniformes escolares rojos, mostaza o azules. Andan ya impacien­tes y los conocimientos es­tán por venir. Acudirán a las aulas armados de sonrisas, pero también de libros, li­bretas y lápices.

Y esta fiesta educacional representa una felicidad que va más allá de la pose­sión de bienes materiales. Ya lo escribió Martí, maes­tro de conciencia, maestro mayor: “El pueblo más feliz es el que tenga mejor edu­cados a sus hijos, en la ins­trucción del pensamiento y en la dirección de los senti­mientos”.

Por eso, la educación uni­versal y gratuita de que dis­ponen todos los cubanos, en todos los niveles de ense­ñanza, es uno de los mayo­res tesoros de la Revolución desde hace 64 años. No es perfecta, de ahí sus cons­tantes ajustes y perfeccio­namientos. No está llena de adjetivos, porque hace mu­cho aprendió que la fuerza reside en los verbos hacer, amar, sembrar…

¡Qué grande otra vez Mar­tí! Lo dijo sintético y fiel. “La educación es como un árbol, se siembra una semilla y se abre en muchas ramas”. Los cultivadores de ese árbol frondoso que reclaman es­tos tiempos son los maes­tros, en cuyos hombros re­cae la tremenda misión de colocar a cada discípulo a la altura del pensamiento, para transformarlos en mu­chas ramas prometedoras de futuro.

Por ellos seis historias de vida de educadores y traba­jadores del sector aparecen en esta edición; hombres y mujeres abnegados que dejaron huellas indelebles en quienes un día pasaron por sus aulas y, después de adultos, los recuerdan con cariño.

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