Una y otra vez aparecen en las redes sociales videos de padres calmando a sus hijos pequeños (incluso, muy pequeños) entregándoles un celular o una tableta… y a algunos internautas les parece gracioso como los niños enseguida se calman, interactuando con la pantalla.
Que tire la piedra quien sepa lidiar sin perder la calma con la perreta de un niño… pero ciertamente la solución de entretenerlo siempre a golpe de juegos digitales y videos se está convirtiendo en el camino más fácil.
Y hay riesgos evidentísimos.
Permitir que los niños, independientemente de su edad, pasen buena parte de su tiempo conectados a sus móviles o tabletas puede tener consecuencias preocupantes para su desarrollo.
Es importante los padres y toda la familia estén conscientes de estos riesgos, de manera que puedan tomar medidas que garanticen cierto equilibrio en las actividades diarias de los niños.
La sobreexposición a dispositivos móviles impacta en el bienestar físico y emocional. Pasar horas frente a una pantalla luminosa puede provocar problemas de visión recogidos por la literatura médica. La fatiga ocular o el síndrome del ojo seco, por ejemplo.
Al mismo tiempo, estas actividades sedentarias contribuye a un estilo de vida que incrementa el riesgo de obesidad y otros trastornos asociados.
El ejercicio físico es fundamental durante la infancia. Fortalece el cuerpo, mejora la coordinación, fomenta el desarrollo de habilidades motoras y contribuye al bienestar emocional.
Por supuesto que la predisposición hacia esas actividades varía en dependencia del carácter y las posibilidades y circunstancias de los niños. Pero el gran potencial lúdico puede devenir atractivo natural.
Convendría que los padres les descubrieran esas opciones a sus hijos desde los primeros años.
Contra lo que piensan algunos, la interacción constante con pantallas puede limitar la capacidad de concentración de los niños, reducir su creatividad y afectar su desempeño escolar.
La información proporcionada por un móvil no puede ser asumida como sustituta del ejercicio de un maestro, aunque pudiera llegar a ser una herramienta útil. Es preciso establecer jerarquías, concretar métodos, fijar rutinas.
Y estimular la socialización de experiencias, el intercambio grupal. La dependencia de estos dispositivos puede generar aislamiento, impidiendo que los niños desarrollen habilidades sociales fundamentales: empatía, comunicación, capacidad para resolver conflictos…
No hay que demonizar las nuevas tecnologías. Lo bueno sería utilizarlas con eficacia y sentido común. Alternar actividades debería ser el camino.
La lectura , por ejemplo, no solo estimula la imaginación y la creatividad, sino que también mejora el vocabulario, la comprensión y promueve pensamiento crítico.
Lo bueno es que los soportes digitales también propician esa experiencia. Sería bueno hacerles ver a los niños que una tableta no solo les permite jugar y ver videos.
Pero también conviene dejar de cuando en cuando los dispositivos en casa. Participar en actividades al aire libre permite a los niños explorar el mundo real, interactuar con la naturaleza, desarrollar una apreciación por el entorno…
Puede que la inteligencia artificial pueda recrear un paisaje maravilloso, pero no puede suplir muchas sensaciones.
El tiempo en familia también es valioso. Compartir con seres queridos no solo fortalece los lazos afectivos, refuerza la empatía y la comunicación, sino que también puede proporcionar un entorno seguro y cordial para los niños.
Es larga la lista de actividades, y algunas no precisan de grandes esfuerzos: sería bueno rescatar algunos juegos de mesa… o sencillamente insistir en las maravillas de contarse historias en tertulias más o menos improvisadas.
El rol de los padres es crucial. Y la tan socorrida falta de tiempo no debería ser justificación. Es preciso gestionar el tiempo que los niños pasan frente a los dispositivos móviles en sus hogares o fuera de ellos, a partir de límites claros y coherentes para el uso de la tecnología.
No significa prohibir terminantemente el acceso (algo que incluso pudiera afectar ciertas dinámicas contemporáneas), sino regularlo, promoviendo a la vez otras formas de entretenimiento y aprendizaje.
Establecer horarios específicos para el uso de los dispositivos, así como fomentar la práctica de deportes, la lectura y las actividades creativas puede ayudar a los niños a desarrollar rutinas más saludables.
Y ojalá que los padres dieran el ejemplo, porque los niños aprenden también observando. Si ven que sus padres no son capaces de dejar el móvil a un lado la mayor parte del tiempo, asumirán que ellos pueden (o incluso, deben) hacer lo mismo.
Insistimos, no se trata de ignorar los aportes puntuales de los dispositivos móviles en la formación integral de los niños, sino promover un uso responsable y equilibrado.
Está claro que la tecnología puede ser una fuente significativa de información, educación y entretenimiento, pero no debería reemplazar las experiencias reales y las auténticas relaciones humanas.
Lo ideal sería concretar un entorno donde los niños puedan disfrutar de de los dos ámbitos —el virtual y el real— sin que el primero termine por remplazar al segundo, o que dinamite la capacidad de soñar.