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Tiempos de lápiz, cartilla y manual

Llegó el año ’61. Con él Cuba entera se apropió de lápices, cartillas y manuales para darle un vuelco a la historia y llevar la enseñanza a ciudades, campos, montañas y rincones más apartados, bajo el protagonismo de más de 100 000 intrépidos “maestros” que eliminaron el analfabetismo heredado por la Revolución Cubana al triunfar.

A los ignorantes llegaron las letras delineadas por estos jóvenes acostumbrados a la vida urbana y quienes, sin pensarlo dos veces, cambiaron el rumbo de su vida para participar en una epopeya cultural que les permitió vivir la madrugada con su suave rocío, la alborada, el canto de los gallos y otros encantos del panorama rural.

También se asombraron al conocer la hora de levantarse el campesino para enfrentar las labores de la tierra; supieron de los sueños y preocupaciones del guajiro, en su inmensa mayoría adulto y en muchos casos ancianos, que en el día dejaban a un lado los bueyes y la tierra para ocupar un asiento en la improvisada aula y en las noches asistían al guateque cercano.

El esfuerzo de este ejército permitió declarar el 22 de diciembre de 1961 a Cuba como el primer país de América Latina en eliminar el analfabetismo.

Diego Morejón García fue uno de los maestros voluntarios formados como parte de la campaña de alfabetización realizada en Cuba, en 1961. Foto: Gloria Morales Campanioni

A más de medio siglo de aquella proeza converso con Diego Morejón García, uno de los maestros voluntarios formados en esa época como parte de la campaña de alfabetización realizada en Cuba, la cual permitió el acceso universal a los distintos niveles de educación de manera gratuita.

Este programa favoreció el clima educacional del país, donde la radio, la televisión y la prensa fueron decisivos en la divulgación de los conocimientos de higiene, salud, de los problemas del sector agropecuario y los relacionados con el arte y la literatura, entre otros que; al mismo tiempo que ofrecieron información, motivaron al adulto hacia el aprendizaje de la lectura, la escritura y los conocimientos elementales de aritmética.

Morejón García rememora su quehacer como alfabetizador en la entonces Isla de Pinos, donde llegó en mayo del ’61 con 19 años y fue ubicado en la zona de la Reforma en el poblado San Juan.

“Atendía una escuelita multigrado, impartía clase en la mañana a niños y a adultos en la tarde; al iniciarse la Campaña de Alfabetización envían a cinco jóvenes bajo mi supervisión, entonces me designan al área de Cayama y al poblado La Isabel; luego me trasladan al Presidio Modelo para enseñar a los del antiguo Escuadrón”, rememora el jubilado de 84 años.

“De esta última etapa, prosigue, jamás olvidaré a un señor llamado Bonifacio García, de manos rudas, pero con muchos deseos de aprender, le daba pena no saber leer ni escribir a su edad, era cocinero del escuadrón; le tomé apreció al igual que él a mi. Su anhelo era poner su nombre solo, qué alegría cuando lo consiguió, lloraba como si fuera un pequeño, y yo también me contagié con su emoción, mi esfuerzo no había sido en vano.

“En septiembre y octubre nos concentraron en la llamada Escuela de las Monjas, hoy Secundaria Básica José Rafael Varona; los alumnos eran en su totalidad mayores, me impresionaba su forma de coger el lápiz, lo hacían un tanto torpe, el morfema F les dio trabajo rubricarlo y ni decir del sonido Ch.

“Aún recuerdo a uno de mis estudiantes de apellido Cánova, otros que me antecedieron lo dejaron por imposible, fui paciente porque veía su atrevimiento por querer saber a pesar de sus años, logró leer la cartilla y trazar su nombre, al igual que Bonifacio los sentimientos lo traicionaron”, subraya mientras intercambiamos en su hogar.

Disfruta hace 11 años de su jubilación, lee la prensa y se actualiza. Foto: Gloria Morales Campanioni

Impulsado por esos recuerdos de instruir a quienes peinan canas, confiesa ser esta la causa por la que entregó más de cuatro décadas a la formación de estudiantes en diferentes enseñanzas.

“Encontré a muchos Bonifacio en las aulas, personas que un día abandonaron los estudios y al cabo del tiempo volvieron a lidiar con la libreta y el lápiz; me reconfortaba verlos sedientos de conocimiento a la altura del momento histórico que vive la nación.”

Disfruta hace 11 años de su jubilación, lee la prensa, se actualiza, si algún estudiante demanda de sus saberes toca su puerta, donde encuentra a un hombre ávido de seguir aportando en las aulas.

A este profesor de Español- Literatura también lo reanima el hecho de que sus discípulos lo identifiquen con Papá Goriot, personaje de la obra con igual nombre, del escritor Honoré de Balzac y es que, como buen educador, Diego es recordado por sus alumnos porque les aportó conocimientos, trasmitió sentimientos, valores y enseñó comportamientos para su vida futura desde aquellos tiempos de lápiz, cartilla y manual.

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