Con más heridas que cicatrices arriba la ciudad de Pinar del Río a su aniversario 157 este 10 de septiembre, el último cuatrienio ha sido especialmente duro y en medio de la profunda crisis económica que vivimos, la urbe occidental recibió los embates del huracán que con mayor intensidad haya arrasado sus predios.
Pero la adversidad no es pretexto para el olvido y con la modestia que imponen los tiempos se concibió un agasajo; los versos, cantos y colores con los que los artistas nacidos en estas tierras dan rienda suelta a la creación coparán las instituciones y propiciarán el diálogo entre público y virtuosos.
La austeridad de la celebración no impedirá el desfile con el que habitualmente los pinareños evocan la peregrinación de los primeros pobladores, que tuvieron el sitio fundacional en lo que hoy conocemos como parque Martí, enclave del que parte la comitiva hacia otra plaza, Independencia; zona alta en la que finalmente se asentaron, unos dicen que huyendo de las inundaciones del río Guamá y otros que los echó una plaga de hormigas.
No hay una historia pródiga en detalles y es que era más un lugar para el descanso de los monteros de paso que un destino, pero la excepcionalidad de sus suelos para las vegas de tabaco trajo prosperidad a estos lares, con él, el reconocimiento de la corona a lo que tenía más dotes de caserío que de urbe.
A 157 años de la tenencia del título de ciudad, nos gustaría verla más hermosa y a pesar de esas marcas indelebles en la arquitectura es posible embellecerla, vistiéndola de civismo, honradez y laboriosidad, para fertilizar anhelos y fecundar los ensueños de porvenir, hacia el que vamos, en el que nos vemos.
