Desconozco todas las vías que pueden intentar los distintos actores económicos para encubrir las maldades, incluso delictivas, que hoy cometen en virtud del mar inflacionario y asfixiante en que se desenvuelve la economía nacional; tampoco el monto exacto a que ascienden nacionalmente, digamos, las subdeclaraciones, pero sí sé que son millones de pesos los que pierde el Estado… como también perdemos quienes accedemos a esas unidades.
De un lado está el actor económico aferrado a su mal proceder y del otro las instituciones—bancarias fundamentalmente— explicando, persuadiendo, sobre las vías que tiene el cliente para pagar; pero lo cierto es que continúa aumentando peligrosamente la ilegalidad, ya sea en cualquiera de las cafeterías, en muchos restaurantes y lugares donde trabajadores por cuenta propia, mipymes, e incluso centros estatales, comercializan productos y ofertan servicios.
Mientras, la carga va a las espaldas del presupuesto, ya sea estatal o privado, y el cliente se ve forzado a una absurda controversia que podría transitar por cauces insospechados.
Esos que vulneran lo establecido literalmente obligan al consumidor a utilizar la fórmula que más les conviene a los dueños. Nada de pago en línea, y por tanto, nada de bonificación para el comprador. El dinero va a parar a una extraña cuenta personal, no fiscal, lo que no pocos, entre ellos quien suscribe estas líneas, califican de estafa.
A veces fuerzan para que todo sea en efectivo y, por demás, dan razones totalmente irrazonables, pero que terminan por convencer a un cliente que, agobiado por el calor, las colas y las muy probables caminatas, concluye en que es mejor pagar como allí le exigen y marcharse a su casa.
Ciertamente el consumidor tiene que ser el primer defensor de sus derechos, pero su objetivo primario es precisamente comprar. No piensa mucho en cómo hacerlo, si en línea, si en efectivo, si bonificación o no, y olvida, o desecha, exigir.
El violador a veces pone a la vista de todos el código QR con que engaña al consumidor.
Parecería que los encargados de hacer cumplir la ley se hacen de la vista gorda, lo que el infractor intuye. Pienso entonces que si supiera que al ser sorprendido perdería güiro, calabaza y miel, como reza el conocido adagio, entonces otro gallo cantaría.