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Aquella ¿Maldita opinión?

Nunca hay que ocultar las cicatrices. A veces muestran nuestras mayores fortalezas. En ocasiones denotan fra­gilidad y la necesidad de cambiar…

El movimiento deportivo cubano tiene la piel en carne viva.

Los Juegos Olímpicos de París 2024 volvieron a evidenciar que la he­rida sangra más. No cumplir los obje­tivos previstos demostró que, a pesar de que se lanzaron luego de juiciosos análisis, y estos no son una ciencia exacta, se debió evitar acuñar un pronóstico tan optimista, que las­timosamente pudo desdibujar un poco nuestra actuación.

Hace un buen tiempo, el depor­te en Cuba es un reflejo de la so­ciedad que habitamos. Por favor, le recuerdo, antes de que las ve­nas del cuello se le inflamen, y dispare adjetivos hirientes, que siempre reverenciaré al atleta cubano.

Es uno de nosotros. Siente, padece y lucha. Palabras que tenemos tatua­das en el alma y nos hermanan más. Sin embargo, sin el ánimo de imponer alternativas ni cambios, porque para eso están las autoridades pertinen­tes, se me antoja exponer un puñado de ideas, que, como servidor público, estimo tengo el derecho a hacer y lo aclaro, sin ánimos de dañar.

Nos apremia estremecer ciertas estructuras de dirección y sus parece­res. Ser más osados en la toma de de­terminadas decisiones, que podrían disfrazar algunos temores e intereses y no demorar períodos de mandatos, que a veces anquilosan el desarrollo y generan apatía.

Es cierto que tales pasos si se die­ran, no garantizarían el éxito, pues las transformaciones y los nuevos ele­gidos también chocarán con escase­ces financieras y otros yugos. Aun así, más vale arriesgarse, brindar nuevas oportunidades y evitar una parálisis mayor.

Esos movimientos tampoco evita­rían que los deportistas continuaran emigrando. Es difícil avanzar, e in­cluso motivar al ser humano, cuando las carencias son pan de cada día.

No niego e incluso aplaudo, que en París 2024 Cuba peleó y gritó al­gunas victorias memorables. Aun así, reitero, no alcanzó para festejar como expusieron los especialistas.

Pudiera trazar un manojo de ideas, que a partir de aquí desborda­ran optimismo y una fe luminosa. En­tonces sería un hipócrita con ribetes de oportunista.

La fe siempre debe acompañarnos. Es la que ha llevado a la humanidad a coronar las cúspides de superación más altas. Pero nuestra realidad no se presta para optimismos inflados.

Nos urge profundizar sin miedos los temas e incomprensiones por más hirientes que parezcan. Así podremos enfrentar y aceptar (lo cual no es una derrota) lo que vivimos y se avizora.

El deporte es uno de los rostros de la nación. Humano, esforzado, ganador e imperfecto. Devolverle la lozanía del pasado podría ser difícil y tal vez imposible en estos tiempos, sin embargo, debemos intentarlo una y otra vez con más fuerza, por su his­toria y porque nos corre por las venas.

Tecleo estas líneas finales mien­tras recuerdo, que cerca de siete me­ses después todavía escuece en algu­nos aquella ¿Maldita opinión?

(La primera parte de este comentario fue publicado el 1.º de enero, y en él se consideró que Cuba no quedaría entre los 20 primeros en París 2024).

¿Maldita opinión?
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