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Teatro de las Estaciones apuesta por la belleza, ahora y siempre

Rubén Darío Salazar y Zenén Calero, Premios Nacionales de Teatro, resultan los artífices mayores de Teatro de las Estaciones. Foto: Jorge Ricardo, cortesía de la agrupación

Si hubiera que contar con los dedos de una mano las compañías que ahora mismo hacen el mejor teatro en Cuba (y por supuesto que toda lista de jerarquías en el arte impli­ca no pocos conflictos), Teatro de las Estaciones estaría en casi todas las selecciones.

La agrupación matancera es hace tiempo un consolidado refe­rente escénico, que trasciende in­cluso las fronteras nacionales. Y si uno preguntara qué caracteriza la labor de ese colectivo, mucha gente respondería (de hecho, responde): la belleza.

Treinta años cumplió el 12 de agosto Teatro de las Estaciones, y para su director, el también actor Rubén Darío Salazar, su apuesta por esa belleza, asumiendo el am­plio espectro a nivel estético del concepto, es importante en estos y en cualquier tiempo.

“El teatro tiene la obligación de orientar las miradas del públi­co, sean niños, jóvenes o adultos —afirma—. El mal gusto, el seudoar­te, las copias burdas de influencias foráneas están a la orden del día. No podemos caminar hacia ese caos ornamental. Teatro de las Es­taciones, ante cualquier proceso, investiga, indaga y encuentra ma­ravillas que compartimos. No hay tarea más noble que propagar lin­dezas… es como ofrecer las flores más exquisitas de un jardín vario­pinto”.

Su compañero en esta aven­tura creativa, y en otras tantas aventuras de la vida, el diseñador Zenén Calero, piensa que las per­sonas siempre asocian el trabajo de la compañía con lo bello “pero yo creo que más bien están hablando de lo cuidadoso, del preciosismo en cada detalle, del uso de la paleta del color, las texturas, los volúme­nes y las líneas sin criterios cerra­dos”.

A Zenén no le gusta que lo en­cierren en una definición rígida: “He trabajado con yute y con en­caje, con lienzo y con organza, con semillas y con perlas. He concebi­do obras con la influencia libre y colorida de Mendive o con acentos fuertes como los ojos que Pablo Pi­casso usaba en sus personajes hu­manos. He trabajado con la plásti­ca sugerente de Sosabravo y Ares; también con los presupuestos del impresionismo. Soy amante de la obra de Joan Miró, Chagall, Klimt, para hablar de extranjeros, pero, además, de lo que ha salido de las manos prodigiosas de Pedro Pablo Oliva, Carlos Guzmán o Ernesto Rancaño. Soy un amante de lo be­llo, lo confieso. No me gusta ni la chapucería, la desidia o el desor­den, me parece que eso igualmen­te identifica al creador que soy… imperfecto, por cierto, pero en la búsqueda eterna de la perfección”.

Y ahí se resumen muchos de los presupuestos de la compañía. “Teatro de las Estaciones es una gran mezcla, un hervidero de co­nexiones y vínculos escénicos”, afirma Rubén Darío. En su pródi­go itinerario ha bebido de disími­les fuentes:

“Uno nace donde nace como creador profesional y ese lugar nadie se lo puede quitar al Tea­tro Papalote. Nuestro principal referente está allí, porque fue allí donde aprendimos cómo se estruc­tura el proceso de creación de un espectáculo. Traigo las referencias del Guiñol Santiago, al cual acudí desde niño y luego de la labor ar­tística del Teatro Nacional de Gui­ñol, en La Habana, al que tanto vi­sité en mi época de estudiante. La posibilidad de viajar a otros países amplió ese referente, por esa co­nexión mágica que ocurre cuando ves los resultados de agrupacio­nes como la Compañía de Philippe Genty, de Francia; o Gioco Vita, de Italia… Los titiriteros de Binéfar o Joan Baixas, de España; XPTO, de Brasil, o la obra del chileno Jaime Lorca. También existen referentes que no son del terreno del teatro de títeres ¿quién que haya hecho teatro en Cuba no se siente atraído por lo que hace Carlos Díaz en su Teatro El Público?, las poéticas de Roberto Blanco, Berta Martínez y Vicente Revuelta…”.

Y con todo, Teatro de las Es­taciones ha distinguido su propia poética, aunque sea evidente la ex­traordinaria variedad estilística en sus espectáculos.

Carnavales, uno de los más recientes espectáculos de Teatro de las Estaciones. Foto: Yuris Nórido

La crítica e investigadora Yudd Favier, asesora de la compañía, consi­dera que la agrupación ha establecido un alto estándar en el panorama de la escena cubana. Y más allá de sus apor­tes a las prácticas escénicas “el grupo es una institución generadora de mu­chos haceres en el arte. En su sede no se deja de hacer teatro. Es un impor­tante centro cultural en la ciudad de Matanzas. Y es un ente pedagógico, que promueve además la investiga­ción escénica. Parte de la certeza de que el teatro no se hace en soledad. Y es notable ese interés por entender la cultura en su integralidad, que se ma­nifiesta en todos los espectáculos. El teatro como arte total”.

El crítico y dramaturgo Norge Espinosa, colaborador habitual de la agrupación, asume a Teatro de las Estaciones como un taller constante, que no debe valorarse solo por su ex­traordinario repertorio; también por su contribución a la organización y revisión del teatro de figuras en el país. Es un referente por la calidad, el rigor, el buen gusto y la continui­dad en la entrega.

Se trata de hacer teatro y ha­cerlo bien, “educar al público a través de una puesta en escena, sin necesidad de ser didácticos ni doctrinarios. Cada una de sus puestas es un añadido a un repertorio, que no solo crece en términos numéricos, sino que también aporta un repaso… y un nuevo impulso.

“La compañía ha sido puen­te entre Cuba y lo que se hace en otras partes del mundo. Y nos hace pensar no solamente en las parti­cularidades del teatro de figuras, sino en lo que debe tener cualquier movimiento artístico y cultural para constituirse: una jerarquía de lo mejor. Rubén y Zenén han sido muy generosos al ofrecer todo eso. Y me consta que seguirán en ese empeño, porque forma parte de la ética que defienden”.

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