En 1957, Isabel Monal (Sagua la Grande, 1931) hacía un posgrado en Estados Unidos, pero estaba muy consciente del drama de Cuba. Hasta ese momento creía que la solución a los graves problemas del país podía ser política, y comprendió que la única respuesta efectiva era la propuesta de Fidel Castro. “Me convencí de que, a mi regreso, tenía que buscar las conexiones con el Movimiento 26 de Julio (M-26-7). Y eso hice”.
Primero vendió bonos, consiguió y distribuyó medicinas y ropas para los combatientes en la Sierra Maestra; pero quería hacer más. En 1958 la detuvieron por participar en una acción de transporte de armas. Por gestiones de un tío logró exiliarse en los Estados Unidos y allí continuó vinculada a las acciones del M-26-7. Hasta el triunfo de enero de 1959.
Regresó a Cuba. “Vine con todas las ganas del mundo a sumarme al torbellino maravilloso de una Revolución”.
Siendo una apasionada de la filosofía, a la que había consagrado sus estudios universitarios, resultaba casi natural que le encargaran tareas asociadas a la ideología. Y ella apostó también, desde el principio, por la cultura.
“Partía de la tradición de nuestra historia, los ejemplos de grandes intelectuales comprometidos, personas que no se conformaron con resistir desde su creación la ola colonialista, sino que hicieron aportes sustanciales a la lucha, desde su misma obra y acción. José Martí, por ejemplo, que además de ser un genio literario era —es— un genio político. No es que quiera compararme con esas figuras, ni se me ocurre, pero comprendí que en ese gran impulso que era una Revolución auténtica, la cultura tenía mucho que aportar. Sin cultura no hay Revolución”.
A la cultura se consagró. Un día le tocaron a la puerta para decirle que había sido nombrada directora del Teatro Nacional de Cuba (TNC), “que era una especie de elefante blanco, una mole sin terminar. Me impresionó la noticia, me asombró… aunque no me amilané. Cuando una se suma con entusiasmo a la obra colectiva de una Revolución, muchas veces no se detiene a valorar riesgos o condicionamientos. Una marcha, se entrega, trabaja…”.
La labor de Isabel Monal como primera directora del TNC marcó un antes y un después en la cultura cubana de su época; aunque ella, con su modestia, se resista a esos elogios. Fue una obra fundacional.
“Solo sé que lo asumí con entusiasmo y responsabilidad, pero sin formalidades estériles. No podíamos esperar a que estuvieran los recursos, había que aprovechar ese potencial, esos deseos de hacer arte. Porque había mucha necesidad de cultura, de belleza entre la gente”.
En ese teatro surgieron importantes instituciones como la Orquesta Sinfónica Nacional o la actual Danza Contemporánea de Cuba, en aquel entonces Departamento de Danza Moderna. Desde allí se gestionó la visita de notables agrupaciones e intelectuales. Se gestó, en definitiva, un significativo centro cultural que marcó no pocos derroteros.
“Era un hervidero, un laboratorio, un espacio para la discusión de temas esenciales de la creación. Fue uno de los momentos más plenos de mi vida. Me sentía útil. Y saberme útil, más allá de las satisfacciones de la cotidianidad, ha sido siempre un puntal de mi concepción de la vida”.
La doctora Isabel Monal no ha dejado de trabajar. “Nunca he asumido el trabajo como una obligación o una imposición. Ha sido nutriente espiritual. Este Título Honorífico de Heroína, que me ha tocado muy profundamente en el corazón, lo he recibido con mucha humildad. Y me complace mucho que me reconozcan por lo que me hace feliz”.
Ella es referente de las ciencias sociales en Cuba. Ha apostado por la vigencia del ideario marxista, asumido sin dogmatismos, dialogando con el acervo político y cultural del pensamiento revolucionario cubano. “No me gusta hacer segmentaciones artificiales: si he hecho algún aporte ha sido desde la integralidad de una visión, desde la sinceridad y el apego a una idea de justicia”.
Isabel Monal no se deja abatir por los obstáculos. “Confío siempre en la posibilidad de un mundo mejor. Y creo que tiene que ser una obra colectiva. Siempre pienso en mis profesores, los de la primaria y los de la Universidad, en Cuba y en Estados Unidos; pienso en mis compañeros de lucha y de trabajo; y pienso en Fidel, ese gigante. Qué suerte haber sido su contemporánea, qué privilegio el de seguirlo”.
La doctora Monal ríe con ganas, como si con su risa espantara demonios propios y ajenos. “Hay que valorar mucho más la alegría, pese a los golpes de la vida. Como todos, he sufrido, pero he encontrado fuerzas para seguir. Soy una mujer realizada, porque fui y soy parte de algo que me trasciende y a lo que consagré mis esfuerzos y mis capacidades. Cada vez que veo a un joven haciendo bien lo que le corresponde soy feliz, porque sé que nuestra lucha no ha sido en vano. No he querido glorias, he querido aportar. Creeré hasta el final que la Revolución tiene que ser el proceso permanente en pos de la dignidad y la libertad plenas del ser humano”.