Tras su rostro angelical y algo pecoso se esconde una naturaleza retadora; el instinto feroz que distingue a quienes se niegan a arriar su estandarte competitivo.
A los Juegos Olímpicos arribó la Chiqui, como se le conoce, con la moral por las nubes. Antes, sorteó emboscadas en el proceso clasificatorio, y ya en la capital francesa se engrasó para la guerra de trincheras, que resultó la división de los 50 kg. Eficacia, tenacidad y alguna caricia del destino le permitieron llegar a la final.
Su derrota, ante una muralla como la estadounidense Sarah Hildebrandt, acrecentó su fama de infatigable competidora y le tributó una histórica medalla de plata.
“Estoy orgullosa, soy una gente alegre, y este resultado me tiene que volver más humilde. A las mujeres cubanas, decirles que no hay imposibles”, expresó ansiosa por subir al podio.
“El profe Filiberto me decía que debía salir con garras, con fuerza y dar lo mejor. Sabía que mi rival era de alto nivel, con experiencia olímpica, sin embargo, salí a darme a respetar.
“Una nunca está satisfecha, ya tenía la corona panamericana y centroamericana, que también eran objetivos en mi vida, pero hemos hecho historia para la lucha femenina cubana aquí en Francia. En lo personal es un cambio radical, yo aún no me lo creo, estoy en shock”, apuntó aceptando abrazos y felicitaciones…
A Yusneylis Guzmán se le hincha el pecho en el podio. Observa su bandera y aprieta fuerte el premio plateado, que acaricia a intervalos. Miro su rostro algo pecoso y me pregunto: ¿en qué pensará?
A mí me gustaría que fuera en esa naturaleza retadora; en el instinto feroz que distingue a quienes se niegan a arriar su estandarte competitivo.