Diálogos en la Universidad
“Era un intercambio muy natural, espontáneo, hablábamos de muchos temas, entre ellos de la necesidad de algunos libros, porque ya se había realizado la Reforma Universitaria con la que se crearon nuevas especialidades y no siempre contábamos con los textos indispensables”.
Una sonrisa ilumina el rostro de Paquita, como la llaman sus amigos, al recordar una entre muchas anécdotas de esos encuentros: “Estaba allí un compañero nuestro, Elio, quien estudiaba Historia y el Comandante lo miró y le preguntó: ‘¿Tú eres militante de la Juventud?’. Y ante la respuesta afirmativa le volvió a preguntar: ‘¿Y qué haces con esa manilla dorada?’ Realmente la prenda se destacaba sobre su piel oscura, y el muchacho algo avergonzado le entregó la manilla. Un rato después Fidel le dijo: ‘Sé que estás triste por la manilla’, y se quitó el reloj y se lo regaló.
“Cuando nos graduamos un grupito decidimos cumplir el servicio social en un lugar difícil, como Pinares de Mayarí, en el Segundo Frente, donde había un politécnico que estaba haciendo un experimento de estudio-trabajo. Vivíamos y dábamos clases en casas de campaña. Fidel se aparecía también de repente y empezaba a conversar con el director, los profesores, pero sobre todo con los estudiantes, jugaba con ellos a la pelota, al baloncesto… fue una práctica suya.
¿Llegar sin bienvenida?
“Transcurría el curso 1972-73 y alrededor de las seis de la tarde escuchamos gritar a un estudiante: ‘¡Aquí está Fidel!’ y se formó tremendo alboroto en la escuela. Cuando el Comandante en Jefe se bajó del yipi, el secretario de la Juventud de la escuela fue a su encuentro y le dijo: ‘¿Cómo va a llegar así usted sin que le demos la bienvenida?’. Él cruzó los brazos, sonriente, y le dijo: ‘Bueno, ¿qué tengo que hacer?’. Y el estudiante le respondió: ‘Diríjase de nuevo adonde usted llegó y espere unos minutos’. Así lo hizo y el consejo de dirección estaba sorprendido por el atrevimiento de aquel muchacho, pero este convocó inmediatamente al alumnado que se situó en dos hileras y entre aplausos y consignas le dio el recibimiento que merecía.
“En esa jornada visitó las aulas, los dormitorios, y habló de muchos temas entre ellos del uniforme y cómo querían los estudiantes que fuera, y también dijo que sería bueno que la Escuela tuviera una banda de música. Bastó esa orientación para que el profesor de Educación Física se encargara de organizarla.
“En otras de sus visitas se dirigía a las áreas deportivas a jugar básquet o pelota y en una ocasión sostuvo una reñida competencia de pim pon con un alumno de décimo grado.
“Recuerdo cuando fue al albergue de las profesoras y comprobó, al acostarse en una de las camas, que estaban cómodas. En ese instante se sorprendió al ver allí dos cunas, eran de dos hijos pequeños de profesores. Vinieron los niños y Fidel se sentó en el piso con ellos y los pequeños jugaban con su barba.
“En ese curso nuestra Escuela obtuvo el primer lugar en la emulación a nivel nacional. Nos comunicaron que Fidel nos había invitado a la celebración del 26 de Julio en Santiago de Cuba.
“En el acto Fidel le entregó el trofeo de ganador de la emulación al director de la Escuela, fue muy emocionante, los estudiantes que habían acudido también a la cita respondieron con el himno de la Escuela y nuestro lema: ‘¡La juventud se define con una sola palabra: Vanguardia!’”.
Directora y maestros emergentes
Para la nueva escuela que se iba a crear con ese fin se propusieron 200 maestros de los cuales debían seleccionarse 50. Ella, que en ese momento era profesora de la Facultad de Educación Infantil de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, como secretaria general del comité del Partido quiso dar el ejemplo a sus compañeros. “Dije: pónganme ahí de primera y díganles a los militantes del Partido y los profesores que María Teresa está en la lista”. Más tarde cuando se fue a seleccionar al director de la escuela se le ocurrió decir: ‘A mí me gustaría estar en ese programa’ y a los dos o tres días le informaron que ella era la persona designada.
“Asistí a la reunión con Fidel, escuchó nuestros criterios e hizo un análisis profundo y minucioso de la situación para tener los elementos suficientes, y aseguró que no nos preocupáramos, que se iba a resolver el problema.
“La escuela estaba en Melena del Sur, no en el pueblo, sino a ocho kilómetros adentro, y se llamaba Revolución Húngara de 1919, la visitamos por primera vez el 13 de septiembre, la estaban reparando, todo estaba lleno de fango, había mosquitos en todas partes, pero cuando volvimos el día 17 aquello sí era una escuela, todo limpio, las camas tendidas, maravillosa, lo único malo es que fumigaron pero los mosquitos no se habían enterado. Ese día empezaron a entrar los muchachos, ya estaba el claustro formado, éramos 50 profesores incluido el consejo de dirección, y 501 estudiantes egresados de décimo grado de los prepedagógicos, seleccionados por la UJC. A las ocho de la noche comenzó el acto, Fidel habló con los estudiantes, que eran 100 de la provincia de Matanzas y 401 de la capital. Se trataba de un experimento, debían estar en la escuela seis meses contando la práctica docente. Les dijo que les pedía estudios intensivos y mucha responsabilidad.
“Fluyó bien todo, con un horario muy riguroso. Se levantaban a las cinco y treinta de la mañana y se acostaban a las once de la noche. A las siete de la mañana estaban en las aulas, teníamos guaguas que los trasladaban a las actividades, a movilizaciones, marchas; era un gran entrenamiento político, de una manera u otra veían a Fidel y sabían de él. Ese primer grupo culminó el 15 de marzo del 2001, fecha de la primera graduación”.
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