Escúchenme, no escribo esto para venderles épica, combates inolvidables o logros asombrosos. De eso se ha encargado Mijaín López, perdón, mejor decirlo como debe ser, el Eterno Mijaín López.
En los recientes días, seguramente usted ha bebido una porción de su última superhistoria olímpica. Esa que como las otras fue cincelada desde el comienzo con emoción, belleza y algo de drama. Nada más…
Todos sus combates dieron para escribir una historia diferente, con el mismo guion. ¿Extraño verdad? Eran minutos eternos, comunes y recónditos, en los que no se combatía solo por un título, sino por la eternidad más profunda…
Nuestro gigante es un personaje literario. Compuso su obra de distintos modos: como Onelio, Carpentier y hasta Padura.
Como cada uno cultivó su estilo. Y generó el desconcierto en sus lectores, disculpen, debo decir rivales. Así de difícil y agradable es escribir sobre él.
A partir de ahora se comenzarán a trazar nuevos relatos de sus gestas. Que si el oro en Beijing; que si la corona de Londres. Incluso sobre la gloria suprema en Río, Tokio y París.
Pero ¿cómo resumir una figura así? ¿Quién y qué fue Mijaín López? Hay tantas respuestas. Todas tan magníficas y humanamente imperfectas, que continuarán peleándose con la historia, como él sedujo la eternidad.
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