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Crónicas al andar: Epitafios

París.- Lo confieso desde lo más profundo de mi alma. Algunas de las mejores historias que he escuchado tienen que ver con la muerte. Tantas o más que con el amor, aunque este lógicamente sea más apreciado.

 

 

Sí, porque la muerte o la parca, como les gusta a algunos llamarla, no dejará de tomarnos de la mano para partir hacia la eternidad, algo que el amor por “musculosoˮ que sea, jamás podrá lograr.

Escribo estas líneas en mi mente, mientras persigo la forma de adentrarme en el cementerio de Nanterre, que se ubica muy cerca del moderno Arco de La Defense.

Intento la entrada sin éxito, por eso lo recorro circularmente en busca de una elevación que me permita observar mejor.

Encuentro el espacio. Compruebo que estoy solo y mis ojos echan a andar.

Estudio los símbolos que coronan algunas tumbas. Quisiera comprenderlos, darles voz. Determinados sepulcros tienen coronas de bellas y a veces mustias flores, que recuerdan el ciclo de la vida, también diversos tipos de relojes de arena, que quizás simbolizan el paso del tiempo. Estatuas e imágenes capaces de seducir a los más indiferentes.

Por segundos creo ver sombras. Quiero correr hacia ellas, preguntarles, pero soy golpeado por un rayo de cordura. Saltar hacia el camposanto sería un sacrilegio, así que prefiero buscar otro lugar.

Lo encuentro. Esta vez tengo la compañía de unos enormes cuervos. Graznan y creo dicen, que las lápidas hablan, que liberan una peculiar poesía, que no son solo nombres y fechas.

Me gusta la idea de que las tumbas hablen. ¿Cuántas historias podrían contar?

Los cuervos no se van de mi lado. De repente dejan de graznar y me miran fijamente, tal vez como a alguien familiar. La experiencia me nutre por dentro. Creo que me prepara para escribir.

¿Vivir no es escribir?, me digo al regreso, y recuerdo el último graznido de los cuervos. Le juro que no me sonó a despedida, sino como un gran epitafio de ese último guiño de los muertos, que solo esos pájaros pueden escuchar.

Pasiones, secretos y dolores que no se atrevieron a compartir, y que mi imaginación los traza en la mente, para, probablemente, plasmarlos mañana. ¿Los leerán?

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