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Entró despacio al colchón con las manos en la cintura. Vestido de rojo apuntaba a la pasión y al frenesí. Su rival subió corriendo, como si quisiera tragarse los seis minutos de combate, pues la historia se cambia pocas veces en el mundo. Y este 6 de agosto, a Mijaín López nadie le ganaba en el colchón de París. Nadie. Era su despedida, su cumpleaños adelantado, la hazaña más grande de un luchador en el mundo y hasta los dioses del Olimpo tomaron asiento para verlo.
Su quinto título olímpico había comenzado desde el día anterior y el cubano-chileno Yasmani Acosta lo sabía. Apenas una acción definitoria en el primer asalto bastó para confirmarlo. Lo volteó como tantas veces cuando entrenaron juntos. El narrador pidió que Cuba halara con él en ese movimiento y el grito de un país le sopló al oído, le ajustó el agarre e infló su fuerza casi perfecta.
Los últimos minutos sobre el colchón fueron los más difíciles. No por el temor al cansancio, sino por la respiración que falta cuando se sabe que una obra humana termina después de más de 20 años. Daba saltos y se movía más ligero que nunca, sin dejar de ser un roble sembrado en el centro de la lona. Pitó el árbitro y quizás nadie recuerda que la pizarra marcó un 6-0. La imagen inmortal será siempre la de sus dos brazos flexionados en señal de victoria, apuntando al cielo, como en esa lucha griega, donde el delirio del público le hacía sacar el pecho hacia delante y sonreír de felicidad.
Luego vendría una celebración interior y otra exterior. Aguantó las lágrimas por su padre Bartolo y levantó la vista para que su madre Leonor no lo viera llorar. «A su padre hay que regalarle esa medalla, no llantos», le dijo ella ante de salir de Herradura para la capital francesa. Y esa frase lo martilló en esos segundos.
De rojo volvió a vestirse para recibir en el podio su quinto título, el oro leyenda, el único oro que siempre estuvo seguro en la delegación cubana en estos Juegos. Saludó a su bandera como acostumbra desde que ganó por vez primera en Beijing 2008. Masticó para las fotos la nueva diadema y luego accedió a autógrafos y selfies con todo el que quiso y esperó pacientemente por uno de los acontecimientos más grandes de esta cita olímpica.
!Coño, Mijaín!, no pude titular de otra manera, porque después de conocerte, de haber escrito tantas crónicas, de emocionarme con tu sencillez, de hacernos sentir más cubano con tu ejemplo, no me salieron más palabras del baúl periodístico. Cuando ponga el punto final no sabré si esta vez pude describir lo suficiente o si hay una frase mejor para calificar todo lo que hiciste hoy por llenarnos de felicidad.
Solo algo queda pendiente con total intención. Eres humano. Y la reverencia a los dioses-humanos son más eternas. No lo digo yo. Lo escribiste tú.