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¿Quién era Pepe el Mallorquín?

Decir José Rives tal vez no es asociado con alguien conocido, él fue el último pirata de Isla de Pinos, más conocido como Pepe el Mallorquín, y operaba como corsario con el consentimiento de los colonos residentes pineros.

Foto: Internet

Las historias vinculadas a la piratería en el Mar Caribe despiertan el interés humano, sobre todo cuando estos relatos van más allá de tesoros escondidos y vandalismo, y ocultan en sus páginas ardientes dramas de amor.

Isla de Pinos fue refugio de esos hombres de mar. Uno de ellos fue José Rives, conocido como Pepe el Mallorquín, tras quien el seis de agosto de 1822 comenzó una persecución por una nave inglesa, con el fin de eliminarlo. Al llegar a la desembocadura del río Santa Fe, a pesar de la superioridad, Pepe rechazó el ataque, ocasionando cuantiosas bajas y al contrario no le quedó más remedio que retirarse. En aquellos momentos el pirata pinero contaba con una goleta, 40 hombres y un pequeño cañón.

En ese mismo año, acompañado de algunos individuos de su misma calaña, en su goleta llamada La Barca, desembarcó y se hizo dueño de la Isla. Su fondeadero fue el río Mal País, afluente del Santa Fe, de donde salía constantemente a cometer todo género de depredaciones en su recorrido por el Mar del Sur.

Los ingleses, autorizados por el Capitán General de Cuba, desembarcaron en una ocasión 100 hombres en la isla, y después de una lucha tenaz y sangrienta, lograron al cabo de un año, llevarse la cabeza de Pepe el Mallorquín, quien murió al reventársele el trabuco en el último encuentro.

Ese día vio Pepe hundir a su flotilla y morir a casi toda su tripulación. Fue un combate encarnizado, al final Pepe disparó tantas veces su trabuco que se le reventó en las manos y así perdió una de ellas, se vendó el muñón y logró llegar vivo a Santa Fe. En el pueblo lo esperaba su esposa Juana Vinajeras, una pinera hija de colonos con quien ya había tenido varios hijos, en brazos de ella murió.

Pepe el Mallorquín debe haber sido el último pirata que operó en el Caribe. Hacia 1820 —quizá un poco antes— comenzó a sembrar el pánico en las poblaciones aledañas a la costa sur de Cuba y entre los pobladores de otras islas vecinas. Nada lo amilanaba ni contenía.

Actuaba con impunidad absoluta y encontraba refugio seguro en el sur de la Isla de Pinos, actual Isla de la Juventud, de la que llegó a apoderarse. Allí, en el río Mal País, afluente del Santa Fe, fondeaba su goleta que había bautizado con el nombre de La Barca y que estaba equipada con un solo cañón. En las márgenes del Mal País, los 40 hombres del Mallorquín recuperaban fuerzas y aguardaban el momento de reanudar sus acciones.

Un papel especial en las actividades de saqueo alrededor de Isla de Pinos le correspondió desempeñar a este pirata, natural de las Islas Baleares, se había radicado en Batabanó, pueblo costero de La Habana; en 1820 decidió hacerse pirata, cuando ya había pasado la época de oro de la piratería.

Para tal propósito se unió al cubano Andrés González y entre ambos decidieron establecer su cuartel general en Santa Fe, un pequeño caserío, que era lo más poblado que existía entonces en Isla de Pinos.

Era una época en que España había perdido mucho control sobre sus colonias. Las disposiciones reales demoraban demasiado en llegar y no se les hacía mucho caso. En Cuba más que el Rey, reinaba el desorden y la Isla de Pinos era el lugar más despoblado e ingobernado del país.

Contaba solo con una goleta, La Barca, que tenía un cañón y una tripulación de 40 hombres llegando a dominar el tráfico de la parte meridional de Cuba y fue la única defensa armada de los pineros contra los ataques de los corsarios y piratas caimaneros y jamaicanos provenientes de las posesiones inglesas.

Pepe preparó su flotilla y en breve se convirtió en el terror de las naves españolas, adueñándose de los mares al sur de Cuba, sitio muy recurrido para las travesías entre España y sus colonias. Siempre regresaba invicto a su cuartel en esta isla, tierra de nadie, donde era acogido con júbilo.

Se había proclamado protector de Isla de Pinos y gozaba de las simpatías de todos los colonos. Pepe no solamente atacaba, defendía la Isla de otros bandoleros. Gracias a él y su banda, los colonos podían andar sin miedo en sus embarcaciones, contaban con más espacio marino disponible y más seguridad para su ganado.

En un año ya Pepe era una temida celebridad, y España sufría la pesadilla sin poder hacer nada en contra del forajido. Todavía algunos creen ver a Pepe el Mallorquín por las calles de Santa Fe. El Mallorquín fue un pirata menor, aunque ninguno de sus socios de piratería podía robar en un pueblucho o establecimiento pinero. 

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