En medio de la tremenda algarabía que estremece los cimientos del complejo deportivo que acoge el torneo pugilístico de París 2024, el actual jefe de entrenadores de las selecciones nacionales de China abre un espacio y dialoga sobre sus nuevos compromisos.
“Asumo mi trabajo con la misma responsabilidad que cuando lo hacía en la selección nacional cubana, velando siempre para lograr lo que todo entrenador desea, que sus atletas ganen medallas”, asevera, mientras reparte su tiempo entre la grabadora y una de sus discípulas.
“A mis alumnos les inculco seriedad en el desarrollo táctico y algunos elementos de la escuela cubana, como son los desplazamientos, el trabajo con la mano adelantada y los cambios de ritmos”.
Raúl es una cátedra. En medio de la conversación aprovecha y dispara par de instrucciones. Incluso saluda a algún que otro colega que se acerca para beber de su sabiduría.
Dentro de esa vorágine responde a una pregunta que asalta su atención.
“No sería fácil para un discípulo mío enfrentar a un púgil cubano. A mí tampoco no me resultaría sencillo, es mi país, no obstante, debo representar con responsabilidad y dignidad la posición que ocupo actualmente, nos formaron así y hay que cumplir”.
Toca esperar unos minutos. La acción en el cuadrilátero ocupa el tiempo del entrevistado. Aconseja, repasa movimientos y golpes, e incluso, grita cuando la ocasión lo requiere.
Un rato después reaparece. El rostro serio, pero feliz.
“Siento mucho orgullo de mi etapa en la selección nacional de Cuba, recuerdo los triunfos, el prestigio y el respeto que logramos. Eso me marcó”, afirma sellando el momento con un estrechón de manos.
Raúl Fernández se pierde por uno de los pasillos de la sala. Su historia y resultados lo avalan como uno de los grandes de la escuela cubana de boxeo. Es un arquitecto del ring. ¿Alguien lo duda?