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Crónicas al andar: Ternura

París.- Llevo más de media hora observándolos. Mas no siento que invada su espacio y privacidad. Con sus besos y caricias me orientan amablemente por algunas de las mejores vivencias que habitan en esta ciudad.

A cada rato, y en un banco del parque Santiago du Chili, sus tímidos besuqueos pasan a otro nivel. Se muerden, incluso creo se devoran espiritualmente.

Cuando se detienen lucen reflexivos, tranquilos, incluso ambiciosos de un futuro más luminoso. Le juro que no exagero. Hablo de dos seres encantadores. No los conozco, pero los abrazo con mi mirada furtiva y algo distante.

Les aplaudo en silencio. No son nada jóvenes. Sus manos ajadas y lúcidas se funden en algo único, mientras sus pelos grises como el atardecer brillan y danzan bien gracias al viento cómplice…

Hace poco leí en medio del dolor que los viajes son, de cierta forma, una historia de amor. Según mi experiencia, los palpo más como marchas hacia la cima de ese volcán de emociones que cada uno interpreta a su manera y llamamos vida…

La pareja se levanta. Pasan frente a mí y en sus ojos de vital ancianidad percibo notas difíciles de ocultar. Me miro en ellos y lo entiendo todo. Son ojos enormes, bellísimos, y suplican más tiempo para amarse.

Ojos que se me hacen familiares y queridos, mientras demandan comprensión y espacio. Por minutos me quedé sin puntos cardinales a los que aferrarme. Siento que soy un náufrago abrumado por una emoción, que nace de mi espíritu y me sumerge en un mar sin fondo.

Sé, que por muchas preguntas que le hagamos a la vida, lo que de verdad importa son sus respuestas. La pasión desnuda y rendida a sí misma las ha vuelto invulnerables, porque nada, ni nadie, podrá con la fuerza de los añejos amores. Esos que aprenden y sobreviven robustos en medio del caos, que a veces es la vida.

Eso se llama vivir y lo defiendo a pecho descubierto.

/Sirvan estas líneas como un sencillo homenaje al eterno amor de mis padres.

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