París.− Lo confieso. Alimento mis días con agudas reflexiones, dulces nostalgias y por supuesto inolvidables experiencias. En ocasiones se entrelazan y me muerden el alma sin piedad.
Revelo, que en esta a veces injusta profesión no me siento dueño de nada. Solo intento compartir lo real, la caprichosa anchura humana y hasta mis sentimientos más profundos.
Ensayo desterrar las imágenes que hieren, pues ya bastantes hemorragias espirituales nos acompañan día a día.
Sobre la marcha, perseguí sueños, quimeras y hasta metas morales imposibles. ¡Así de complejos e imperfectos somos!
Pasé noches de vigilia profesional y nunca pensé en fugarme de este camino. Dilapidé energías, mientras buscaba desenmascarar injusticias. Quería dinamitar para siempre ciertos presentes…
Asocio mis mejores etapas con las derrotas. No me considero masoquista, he saboreado la mayoría de mis pequeños triunfos, sin embargo, los tropiezos han conseguido reinventarme un poco más.
Imagino, que a muchos, la cotidianidad los continúe educando. Por momentos con dolor, para seguir un camino preciso. Pero la vida es mucho más que eso. Desdichas, emboscadas, pasión, alegrías, desencantos y hasta castigos continuarán adoquinando nuestros días.
Perseguir lo vano, creo que solo hará la vida más penosa.
He visto a varias personas, e incluso amigos, despellejarse la piel en la búsqueda de algunas aprobaciones. Han soportado lo intolerable, y hasta los peores azotes.
Me prometo en silencio y con algo de resignación que seguiré tocando la vida con cierta distancia e infinita curiosidad. Darles color a las mejores emociones, e intentar ser un poco más feliz.
Se lo debo a quien el ocaso le dio un largo abrazo hasta convertirla en bello polvo. A los que siguen atrincherados a mi lado en busca de sanación y ojalá tiempos mejores.
En mi defensa solo les pido a los que llegaron a este final, que me dejen ser. Ojalá, París sea el mejor homenaje.