La Habana está llena de edificios icónicos. Algunos, con más suerte que otros, sobreviven colosales al paso del tiempo, como el Gran teatro de La Habana o el Capitolio Nacional. Los desdichados, los olvidados o relegados a no sé qué plano, se niegan a colapsar pero padecen de una resistencia sin brillo.
Construcciones de todos los tiempos, cultura que se pierde por cualquier motivo y no hace otra cosa que calar muy hondo en los sentimientos de quienes tuvieron la dicha de verlos florecidos.
En tiempos de lucha contra la colonización cultural parece una paradoja que íconos como los cines Cuba y Maravillas, o teatros como el Amadeo Roldán se hayan deteriorado al punto de parecer insalvables. Quien piense proyectos de restauración para ellos, recuerde antes que el papel gana a la piedra.