En ese contexto, cobra vigencia la posibilidad de asociarse al sindicato para incidir favorablemente sobre los resultados y en consecuencia en los beneficios directos de cualquier afiliado.
A los sindicatos les compete llevar la voz cantante en la concepción de los planes de la economía, que sean realistas y no utopías que al no materializarse se convierten en otra carga a poner sobre los hombros de esos trabajadores.
Que no exista la más mínima brecha al cuestionamiento de para qué me sirve el sindicato, porque cotidianamente se haga sentir el impacto de su accionar en cualquier escenario laboral y ello depende de la capacidad de esta organización para exigir que los afiliados sean consultados, propiciar el diálogo e implementación de las ideas viables, a la vez estimular la creatividad y el ahorro. Asimismo, liderar la capacitación en materia de normas jurídicas y políticas estatales, el conocimiento de estas contribuye a visibilizar posibles soluciones.
Cuestionar, promover, estimular, exigir y acompañar es lo que se espera de la organización. Mejorar su funcionamiento es asumir el protagonismo que demandan estos tiempos.
Informes que enumeren membresías, asistencias y aportes simbólicos o hasta dañinos —como algunos improductivos e ineficaces trabajos voluntarios en que el gasto de combustible supera el valor de la acción ejecutada—, no validan la eficacia sindical; esta ha de construirse desde cada victoria frente al estatismo que, duele reconocer, ya ganó muchos espacios.
Hay que escoger cuidadosamente a los representantes del sindicato de cada colectivo que participan en el consejo de dirección, para que sean la voz más desafiante y fuerte por los derechos de la mayoría.
La resistencia creativa es más que soportar penurias, es revertir el estado de las cosas y en ello los sindicatos deberán estar al frente de cada batalla.