Sacar a Luka Modric del campo debe haber sido una de las decisiones más difíciles que Zlatko Dalic ha tomado como entrenador.
El hombre había aguantado de todo tras el desafortunado inicio de Croacia en la Eurocopa: burlas, críticas y comparaciones absurdas.
Aún así, después de fallar un penal frente a Italia, detenido por un Donnarumma que había estado en una noche como hace rato no se le recuerda, Modric necesitó solo un minuto para echar toda esa adversidad en la mochila y darle a su país el gol que los ponía en octavos.
¿Qué hacía en el centro del área junto a Budimir…? Cosas de Modric, que recogió el rebote del paradón que hizo el italiano al intento del delantero centro y la mandó a guardar para convertirse en el goleador más veterano de las Eurcopas, mientras una bengala se encendía en la barra de los balcanes y teñía la grada de rojo.
Habían tomado el recinto. Italia parecía liquidada y los croatas mostraban que podían buscar el segundo. El reloj se gastaba. Relatividad. Los minutos parecían segundos para los italianos y horas para los balcánicos. Pero las horas son más llevaderas si tienes a Modric, más cuando Spalletti mete en cancha toda la pólvora que tiene en el banco con Scamacca y Chiesa.
Al 80 llegó el momento. Modric vería el final del juego desde el banquillo. Son 38 años y un Majer fresco para seguir increpando a los azzurri. Además, Albania no sería un problema porque un tiburón se había encargado de morderlos desde bien temprano. Ferrán Torres, a pase filtrado de Olmo, definía como le reclaman en Barcelona.
Dalic lo asume y el panorama no cambia mucho. Spalletti sigue tratando de remover a los suyos, que funcionan por obra y gracia de los pulmones de Barella y Calafiori. Saca a un defensa y mete a un medio. Darmian fuera, Zaccagni dentro. También prescinde de Jorginho y apuesta por Fagioli, aunque esto de apostar tal vez no sea la palabra adecuada.
Modric en la banca sufre los acercamientos de la azzurra. Y Dalic mete a Juranovic por Kramaric, por si los hombres de Spalletti se iluminan.
Se acaban los 90 reglamentarios en un juego trabado. Se suceden las amarillas para jugadores de uno y otro bando y el cuarto árbitro anuncia que se jugarán 8 minutos más.
Ocho minutos más sin Modric, ocho minutos de esperanza para los de Spalletti, que grita desesperado, se estruja y agita las manos. Nada va según lo previsto.
El tiempo pasa. Minuto 96, y Modric lo ve de pie, agarrado al techo del banquillo. La imagen recuerda mucho a la de Andrés Iniesta aquel fatídico 10 de abril de 2018 en Roma, cuando jugó su último partido de Champions con el FC Barcelona y vio desde una posición similar la debacle de su equipo.
No sé por qué, pero las vibras eran parecidas. En ese pensamiento, al 97 con 30 segundos cayó el gol de Zaccagni, caballo de Troya. Un disparo perfecto de derecha por toda la escuadra, tras una jugada de Calafiori. Mismas vibras del 2006, Calafiori fue Pirlo y Zaccagni, Del Piero frente a Alemania.
Spalletti corre como Guardiola cuando el Iniestazo. Ya Modric llora. El árbitro pita, Calafiori se tira al césped y también llora. No se puede explicar, no tratemos de entenderlo… es solo fútbol.