Cienfuegos–Hacer y nunca rendirse parece ser el signo de Antonio Muñoz Hernández. Tal vez su inacabable energía por formar y persistir le llegó a través de esa bendición que es el vientre materno. Como pelotero y a fuerza de batazos, catapultó a Cuba en los principales certámenes de béisbol del mundo. Después, como entrenador, continúa cincelando triunfos con su peculiar magisterio al pie de un terreno de pelota. Su última conquista lo encumbró más en la historia de nuestro país…
“El Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba es un premio al esfuerzo. Lo recibí como una muestra de mi forma de ser y actuar como ser humano. Se lo dedico al pueblo de Cienfuegos, que es uno de los que más me quiere”, asevera el hombre conocido como el Gigante del Escambray.
“Lo pongo a la altura de mis resultados deportivos. Es cierto que gané numerosos mundiales, panamericanos, copas intercontinentales y topes contra profesionales, incluso di el jonrón decisivo contra Japón en la justa del orbe del año 1980, pero este premio me emocionó mucho.
“Para mí el trabajo significa vida. Formo niños, una labor que disfruto. Ellos trasmiten alegría, son sinceros y quieren aprender. A veces recuerdo mi infancia, los deseos que tenía de jugar pelota y ser feliz. Enseñando a los pequeños lo soy”.
El camino
Una larga y fértil existencia. Una extensa y bien llevada aventura debería ser la vida. Sus páginas merecen crecer repletas del buen hacer. ¿Cuán importante puede ser la raíz, perdón, la familia en ese proceso?
“Les debo mucho a mis padres. Me inculcaron el deber sagrado que es trabajar, desarrollarse, respetar a los demás para que te respeten”, asevera con una sonrisa tan grande como su estatura.
“No puedo olvidar tampoco a mi maestro Luis Pérez Martínez, me dio clases en primer grado en Trinidad, en Sancti Spíritus. De él aprendí el amor por el trabajo comunitario. Su entrega por encima de todo”.
Para Muñoz la buena crianza es fundamental. Inculcarles a los hijos las mejores reglas garantizará que sean mejores personas.
“Varios de mis muchachos no viven cerca de mí. A todos les infundí el amor y el compromiso por el trabajo. Es una manera de que se les respete y puedan ser útiles a la sociedad. Humildemente creo que lo logré.
“Como entrenador del Proyecto Participativo Infantil Pequeños Gigantes choco con trabas y dificultades. Hay que vencerlas. Lo alcanzo esforzándome junto a otros compañeros. Cuando ganas en medio de esos problemas te sabe mejor.
“Se ve el sacrificio y la dedicación. A pesar de mis 75 años lo hago día a día, pues quiero lo mejor para el béisbol en Cienfuegos”.
¿Insatisfacciones en tu labor?, le pregunto. No, no tengo ninguna, dice optimista. “Me siento feliz. El pueblo me quiere y el que es querido por su gente puede sentirse satisfecho”.
Orgullo, patria y decisiones
Tan brillante como el sol debe ser la pasión por la tierra que nos vio nacer. De su vientre brotamos. A ella tenemos derecho todos. Amarla, hacerla plena y próspera es tarea perpetua.
“Soy revolucionario y defiendo mi patria. Protejo un himno, una bandera, un escudo, una palma, un tocororo y una mariposa.
“Somos un pueblo heroico que de verdad se sacrifica todos los días para ser mejor. En esa tarea no podemos fallar.
“Me quedan sueños por cumplir. Quiero seguir desarrollando a los niños que entreno. Cuando no pueda moverme quizás consiga leer sobre ellos en la prensa, escucharlos por la radio o verlos por la televisión. Sería mi orgullo”.
Si tuvieras que escoger una palabra que resumiera tu vida, ¿cuál sería?, le pregunto.
Por unos segundos se queda sin palabras. Creo haberlo puesto en tres y dos, sin embargo “batea” de manera peculiar la interrogante. “No sé, solo quiero que siembren sobre mi tumba una mata de majagua. De ella saldrán buenos bates.
“Quisiera ser enterrado en el Escambray, en Trinidad o en el Condado, en fin, donde decida el Estado cubano. Lo que sí quiero es que lo hagan en la tierra.
“Mira —apunta emocionado—, deseo que el pueblo me recuerde con el mismo cariño que lo quiero. He sido un hombre humilde y trabajador. Alguien que jamás renunció a sus principios.
“Siempre estaré agradecido. Representé a Cuba como pelotero y eso no tiene precio. Ganar por los cubanos fue grande. Acá estoy y estaré trabajando fielmente al servicio de mi país”.
La vida de Antonio Muñoz es un relato necesario, no solo para quienes deseen adentrarse en ciertas proezas de las más legendarias del béisbol nacional. También para los que buscan la inspiración a la hora de emprender tareas que puedan interpretarse por algunos como quijotescas.
Son tiempos de dificultades evidentes, objetivas y hasta crueles; su ejemplo es un canto al instinto de no cejar. Él no esconde sus sueños, prefiere aferrarse a ellos y echarlos a andar. Es su manera de asumir la vida. Respetársela es un deber y más cuando desde que se irguió como ser humano decidió hacer y nunca rendirse.