“Tengo alrededor de tres trabajos y el dinero no me alcanza”, es una expresión muy recurrente por estos días cuando de pluriempleo se trata.
Lo que empezó como una solución de aparente viabilidad en las actuales condiciones es un reto, y muchos dirán incluso que es una condena para el bolsillo del trabajador, al que apenas le alcanza el salario.
“El dinero no crece en los arboles”…, dicen, y ahora con el alza de los precios de productos de aseo y comida todo se vuelve más difícil. Las situaciones que acarrea mantener a la familia y las necesidades de tener un poco más para vivir se han convertido en los impulsos fundamentales de los cubanos, sobre todo si esto va acompañado de una mensualidad sustanciosa y sugerente.
Lo cierto es que la cuenta no da, y no me refiero a la simple frase trillada, es un hecho: resulta impredecible calcular un mínimo común para la población. Sin embargo, es evidente que a pesar de toda esa sobreexplotación, aún persisten problemas financieros ligados al incremento constante de los límites monetarios en los establecimientos estatales y privados.
Y no es lo único. Estamos frente a dos caras de una misma moneda. ¿Qué decir entonces, por ejemplo, de aquellas madres solteras que viven con ese peso sobre sus hombros, y no están en condiciones de pluriemplearse? Aunque esta solución ha logrado aojar un poco la cuerda, el presente es otra cosa, pues ante las actuales circunstancias se ha vuelto difícil llevar hasta la mesa un plato de comida.
Tal condición empuja al trabajador hacia un desgaste emocional y físico producto de menos descanso y mayores horas de trabajo, estrés, ansiedad, sobrecarga, cansancio, insomnio, e incluso culpa por no llegar a cumplir con todas las tareas con plenitud.
¿Qué hacer entonces? ¿Por qué, si así se obtienen mayores ingresos, seguimos asfixiados? No se trata de criticar una opción personal, pero sí de reflexionar. Toca analizar si el pluriempleo es una opción o una obligación.