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AL PAN, PAN: Un teatro con historia… y futuro

Sesenta y cinco años ha cumplido el Teatro Nacional de Cuba (TNC), uno de los emblemáticos centros culturales del país. Más de un intelectual lo ha calificado de templo y bastión de la espiritualidad de todo un pueblo. Y es uno de los grandes símbolos de una era fundacional: la cultura de la Revolución, la cultura en Revolución, la Revolución de la cultura.

 

La apuesta del teatro, dirigido en sus inicios por Isabel Monal —mujer de extraordinaria sensibilidad, capacidad integradora y diáfanas nociones de la naturaleza del arte—, fue siempre clara: la cultura como patrimonio compartido.

Por eso el TNC fue epicentro de un sólido movimiento que abarcó la literatura, la música, el folclor, la danza moderna, la renovación teatral… Bajo su sombrilla surgieron instituciones fundamentales del sistema de las artes en Cuba.

Es fácil justipreciar los aportes del TNC al afianzamiento de auténticas jerarquías estéticas. El presente plantea no pocos desafíos.

En tiempos de abrumador cúmulo de subproductos “artísticos”, el TNC tiene que consolidarse como referente para las demás instituciones de su tipo. Lo es, sin duda: ahí se presentan las más importantes compañías de Cuba, los mejores artistas, junto a propuestas internacionales de alta valía.

Pero no puede, o no debería, dejar espacios a la mediocridad. Espectáculos de primer nivel, solo espectáculos de primer nivel tendrían que subir siempre a esos escenarios.

A la vez, es preciso mantener la labor comunitaria que se realiza en las barriadas aledañas a la institución. Que el teatro vaya a la gente… como impulso para que la gente vaya al teatro.

Son etapas difíciles, muchas de las salas de La Habana están cerradas, sometidas a complejos procesos de restauración. El TNC ha debido asumir buena parte de la programación de la escena capitalina, que es en definitiva vitrina del arte de todo el país.

Hay que hacerlo sin concesiones, asumiendo la gran responsabilidad de la cultura en momentos de crisis: blindar, desde el espíritu y el reconocimiento de una identidad, el entramado esencial de un proyecto de nación.

El compromiso de los artistas y todos los trabajadores es evidente. Las celebraciones por el aniversario 65 no deberían ser regodeo en las memorias de un pasado — ciertamente luminoso—, sino acicate para el futuro.

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