Tal vez podrían haber llamado así a mi padre, hombre alto y flaco al menos su niña –yo—lo veía de ese modo.
Los años cursan implacablemente y van dejando claros en la familia. Ya él no está ni tampoco mi madre, y solo a través de las fotos puedo tenerlos juntos.
Supe que cuando nací, mi padre estaba orgullosísimo de haber tenido una hija y en mis primeros años acostumbraba a hacer largas caminatas conmigo, al punto de que al regreso mi madre le reprochaba mis cachetes intensamente colorados por el sol.
Confieso que mi padre tenía costumbres muy patriarcales y se sentía al rey con dos adoradoras: mi madre y yo, tal vez porque él había tenido once hermanos y vivían todos juntos con los padres y la abuela.
Con el paso del tiempo sus innumerables responsabilidades laborales y políticas nos fueron separando un tanto, sin dejar de apoyarnos uno al otro, sobre todo cuando se veía agobiado por el papeleo en los tiempos que se involucró en la justicia laboral. No era de dar muchos consejos, prefería enseñar con el ejemplo.
Se sorprendió con el anuncio de mi boda, le parecía temprana, pero colaboró con los preparativos intensamente y pasó por un gran apuro el día señalado, porque mi madre en su afán de acondicionar la casa para la celebración, vio un cartucho en un rincón y lo botó a la basura sin percatarse que ahí estaban los únicos zapatos de vestir de mi padre que había traído del zapatero, pero el calzado fue rescatado a tiempo y la ceremonia se efectuó sin problemas. Le costó adaptarse a otro integrante de la familia que rompía su trío histórico pero tuvo que hacerlo.
Enviudó tempranamente de su amor de tantos años, y volvió a casarse, algo que me mortificó al principio pero después comprendí que tenía derecho a rehacer su vida, y siguió pendiente de mí y de mis dos hijos, sus nietos.
Ya bastante anciano , enfermo y nuevamente viudo lo acogimos en nuestra casa. Mi hija en broma le decía Tutan por aquello de Tiutankamen y a su nieto, que se le parecía en la figura alta y delgada, Pre-Tutan y ambos se reían de la ocurrencia.
Un día como hoy no puedo felicitarlo ni regalarle los dulces que le gustaban, porque eso sí, era flaco pero goloso. Pero tengo sus fotos desde niño con bucles, de joven con mucho pelo, bigotes y esos ojos grandes de largas pestañas que enamoraron a mi madre; con barba cuando estaba en la zafra, afeitado y casi calvo en sus últimos años…. Y en una de ellas estoy, de pocos meses, en la cama, y él junto a mí mirándome embelesado.
Son recuerdos hermosos para esta fecha, en que no tengo a quien felicitar ni siquiera al padre de mis hijos, mi único amor que perdí hace casi tres años. Pero la vida sigue y ellos están conmigo y nunca me dejarán.