Escocia puede presumir de muchas cosas, pero parece que de fútbol todavía. Y ahí estaba Alemania para recordárselo. Tres pases y primera estocada con un disparo desde la frontal de Florian Wirtz. Era apenas el minuto 10 y ya el arquero Gunn sabía que sería una noche larga y fría.
El tanto borró las pocas ideas con las que habían salido los escoceses, que no hallaban oxígeno ni con McTominay ni con Robertson, mientras Alemania se movía al ritmo pasmoso de Kroos, que inflaba su estratosférica estadística de efectividad en los pases.
En ese ejercicio hipnótico y de dominio absoluto Gündogan metió un balón venenoso que rajó la última línea rival y dejó a Haverzt de cara al área, pero Havertz, aunque va de punta, no tiene alma de nueve, y se frenó, miró todo el panorama y prefirió retrasar para que el gol lo hiciera Musiala, que se gastó uno de sus trucos de magia con un amague y un disparo posterior capaz de remover los cimientos del arco contrario.
Era apenas el minuto 20 y para Escocia todo iba a peor. Los alemanes no se despeinaban y de tanto sometimiento Porteus acabó por entrar en pánico dentro de su área chica, yendo con todo sobre el tobillo derecho de Gündogan y generando un escenario aún más complicado: roja, penalti y anotación de Haverzt para ir al descanso 3-0.
En la segunda parte, la banda de Nagelsmann continuó exhibiéndose ante su gente, sin permitir amenazas a la portería de Neuer. Llegó la oportunidad de Sané y Füllkrug, quien a los cinco minutos de estar sobre el césped marcó un golazo desde la frontal, un gol con sello de nueve y hambre de minutos.
Todavía Escocia no lograba tejer una acción para disparar a portería y un infortunio de Rüdiger, que venció de cabeza a Neuer, les dio el tanto de la honra. A la cancha también ingresaron Müller y Emre Can, que llegó último al equipo pero con buen pie, tanto es así que le regaló la quinta anotación al colegiado Clément Turpin, que parecía esperar el puntillazo para poner fin a la tortura sobre las diezmadas tropas escocesas.