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México, de la paridad a la agenda de género

Este domingo una mujer se ha suma­do a la lista de algo más de una decena de ellas que han sido electas por voto popular para ocupar la presidencia de sus respectivos países en Latinoamé­rica. La primera fue la nicaragüense Violeta Barrios de Chamorro (1990-1997); mientras que la argentina Cris­tina Fernández de Kirchner (2007-2015) y la chilena Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018) son las que más años permanecieron en el cargo, tras dos mandatos cada una.

 

A la izquierda, Claudia Sheinbaum; a la derecha, Xóchitl Gálvez. Fotos: Ulises Ruiz/AFP – Fernando Llano/AP/

Sin embargo, es bueno aclarar, que la primera en ejercer el cargo de presidenta de un país de nuestra región fue María Estela Martínez de Perón (1974-1976), pero lo hizo desde la vicepresidencia por sucesión al fa­llecer el presidente, su esposo, Juan Domingo Perón.

La singularidad de llegar al fi­nal de la lid presidencial con dos mujeres como punteras —Claudia Sheinbaum, del partido Morena, y Xóchitl Gálvez, de la coalición Fuer­za y Corazón— es un signo inequí­voco de consolidación de la presen­cia femenina en la vida política de México, que este domingo efectuó las elecciones más grandes de su his­toria: unos 20 mil cargos en disputa y más de 100 millones de electores.

 

¿Retrato de un país?

El escenario podría entenderse como hito significativo en una nación en la que, más allá de machismo y violen­cia de género, ellas son mayoría en­tre la militancia partidista y en los actos de campaña.

De manera similar a lo que su­cede en otros países de la región, la tasa de natalidad y el número pro­medio de hijos han decrecido de ma­nera constante en las últimas déca­das. Los niveles de escolaridad, en cambio, han ido en aumento, aunque las mujeres aún tienen tasas de anal­fabetismo mayores que los hombres.

En México ellas representan el 52 % de la población y el 40 % de los graduados universitarios, aun­que el empleo femenino tiende a concentrarse en áreas profesionales como educación, enfermería y tra­bajo social. También en comercio e industrias manufactureras, según informe del 2023 elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de ese país.

Los precedentes de la presencia femenina en la política mexicana se remiten al año 1923 cuando Elvia Carrillo Puerto ocupó una diputa­ción estatal. Desde entonces el avan­ce en ese ámbito ha sido progresivo, pero no estable pues hubo momentos de gran impulso y otros en los que los cambios se ralentizaron.

El derecho de las mexicanas a votar y ser votadas para algunas instancias del poder político data de 1953, pero no fue hasta 1979 que hubo una mujer gobernadora (Gri­selda Álvarez, estado de Colima). La primera en postularse a la presi­dencia fue Rosario Ibarra de Piedra, quien compitió, sin éxito, en los co­micios de 1982 y 1988.

En 1993 se impuso el consenso de que los partidos políticos promovie­ran la participación femenina, idea incluida en el Código Federal de Ins­tituciones y Procedimientos Electo­rales (Cofipe). La ley recomendaba establecer cuotas de participación. La Reforma Electoral del año 2014, por su parte, instituyó la paridad de género en las candidaturas a legisla­dores federales y locales. La Refor­ma Constitucional del 2019 completó ese propósito y fijó que las listas de candidatos a cargos en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de­bían ser integrados por igual canti­dad de hombres y mujeres.

Esa decisión allanó el camino para que en el 2023 la jurista Norma Lucía Piña Hernández se convirtiera en la primera mujer electa presiden­ta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Consejo de la Judi­catura Federal; y que una decena de mexicanas alcanzaran la gobernatu­ra de igual número de estados.

Hoy las mexicanas ocupan el 44 % de los cargos públicos en ga­binetes ministeriales y de Gobier­no, cifra que las coloca en el quinto puesto de ese rubro en la zona ibe­roamericana, según el Observatorio de Igualdad de Género de la Comi­sión Económica para América Lati­na y el Caribe.

Pero tener más mujeres en el poder político no es garantía de le­gislaciones que hagan efectivas la igualdad y la justicia. Prueba de ello son las desventajas que persisten en ese sector poblacional en torno a sa­larios, protección ante la violencia y acceso a los sistemas de salud.

Uno de los desafíos de la nueva presidenta será incorporar la pers­pectiva de género en su agenda como estadista, lo cual contribuirá a supe­rar obstáculos culturales, políticos, mediáticos y socioeconómicos en una sociedad patriarcal en la que el empleo formal es menor para ellas, la brecha salarial promedio hace que ganen un 16 % menos que los hom­bres, y más del 70 % de las mayores de 15 años es víctima de algún tipo de violencia.

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