Algo tuvieron en común que se manifestó en sus múltiples confluencias: la apuesta por mejorar la programación concebida especialmente para los niños y jóvenes en Cuba.
El intercambio de experiencias es vital. Y muchos de los participantes cubanos en estas citas han tomado nota de potencialidades de nuestra escena, a partir de las propuestas de investigadores y artistas de otras naciones. En ese sentido, el Congreso de la Assitej contó con un notable segmento teórico.
Pero quizás ese sea un ámbito más cerrado, marcado por las especificidades de un enfoque académico. Lo que le interesa al público es lo que aporta esa teoría a la programación teatral, musical y danzaria para los niños y adolescentes.
Y la muestra que ha acompañado los tres festivales ha sido contundente: espectáculos de primer nivel que han tributado a claras jerarquías artísticas.
Es significativo el contexto. El país enfrenta una compleja situación económica, que incide en las dinámicas sociales.
Defender el teatro, la danza y la música en tiempos de crisis no es un capricho, no es una excentricidad, como afirman algunos ideólogos del pragmatismo extremo.
Estamos hablando de un arte hasta cierto punto vulnerable ante el impacto del mercado… y sin embargo resulta esencial en la consolidación de un caudal simbólico. Ese caudal es sostén de la noción de identidad nacional que garantiza la soberanía.
Los niños y los jóvenes son un público muy necesitado de valiosos referentes, en una batalla cultural que se está desarrollando sobre todo en los espacios más o menos virtuales que propician las tecnologías.
Ojalá que más niños fueran al teatro. Y ojalá que pudieran acceder, la mayoría de las veces, a buenas propuestas. Ese tendría que ser siempre acicate para los creadores.