Allí donde las manos diestras del tabaquero empuñan las chavetas y con minucioso arte procesan la aromática hoja, el inolvidable Capitán de la clase obrera cubana Lázaro Peña González forjó su liderazgo como dirigente sindical.
De talento innato, arraigada formación política, hombre de principios presentes en toda su obra como tenaz defensor de los trabajadores frente a los abusos y la explotación de patronos. Así era Lázaro –como sencillamente le llamaba el proletariado cubano- a aquel hombre de raíz humilde nacido en la barriada habanera de Los sitios el 29 de mayo de 1911.
Su vinculación estrecha con las masas y la autoridad moral cimentada en los años de dura lucha, sumadas a su gran capacidad como organizador, le permitieron unir a la clase obrera del país en un sólo núcleo al fundar, en enero de 1939, la entonces Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), en cuyo evento constitutivo fue electo su secretario general.
Lázaro le imprimía vehemencia a cuanto tuviera que ver con la justicia y el bienestar de sus hermanos de clase. Lo demostró en el enfrentamiento a gobiernos de turno y elementos divisionistas.
Con el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, desplegó todas sus energías en las importantes misiones que por entonces demandaba la necesidad de fortalecer al movimiento sindical.
Consideró siempre al sindicato como la organización de masas más importante en la construcción del socialismo y para el éxito de los planes económicos en las fábricas y los talleres. “Es la mejor ayuda que pueden encontrar los organismos administrativos y estatales en sus funciones”, decía.
Cordial y amistoso, con asombrosa paciencia escuchaba los problemas que le planteaban, fuese de índole personal o colectiva. Con ejemplos claros, sencillos y un lenguaje comprensible, sabía persuadir a quienes sostenían un criterio erróneo o estaban confundidos. “La victoria –afirmaba- reside en unir a todos, en incorporar a todos en la batalla por cumplir nuestras tareas.”
Acostumbraba a visitar sindicatos y centros de trabajo, participaba en asambleas y lo hacía con la palabra esclarecedora para debatir y analizar cualquier asunto por delicado que fuera.
Especial énfasis ponía en la capacitación de los dirigentes sindicales y a la participación de éstos en los consejos de dirección de un ministerio y de las empresas y enjuiciaba críticamente a aquellos que permanecían como simples espectadores.
Al respecto ejemplificaba el hecho de “que ante cualquier discusión por no tener conocimiento o dominio de lo que se discute para no quedarse callado digan sí cuando debieran decir que no o digan no cuando debieran decir que sí”.
“El sindicato –alertaba- tiene que actuar con criterio propio, tiene que hacerse sentir como el representante de todos los trabajadores, para tener autoridad moral, para exigir deberes y derechos”.
Total vigencia tienen hoy sus preceptos cuando sentenció: “Nuestra lucha es por el auge continuo de la economía, la cultura, la ciencia, la defensa, la elevación del nivel de vida del pueblo cubano.”
Así era Lázaro Peña, el Maestro de Cuadros Sindicales como lo calificara el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.