Otra vez despierto preocupado. Ayer fue un día duro. Me lo dicen mis artríticas manos. Mi espíritu lacerado, ¡cuándo no! Vivo en el quinto piso de un edificio azotado por el tiempo. Qué casualidad, casi como yo. ¿Quién nos “reparará”? ¿Lo harán?
Próximo a mi apartamento oigo a un vecino quejarse. Casi a gritos alerta sobre un robo en el barrio. Le creo, casi tiene mi edad.
Debo tener cuidado, cerrar bien la puerta. No son tiempos para regalarse y menos una persona frágil como yo.
Hoy como casi todos los días no saldré por placer sino por necesidad. Mucho de lo que veo en la calle me asusta, ¿se lo había comentado?, perdón si es así, la edad en ciertos asuntos no perdona. Ya usted estará en mi lugar…
Camino por el barrio. Para no sentir el peso del tiempo que me rompe las espaldas y azota mi bolsillo de jubilado, prefiero suspirar de resignación. Hago un alto en la farmacia. Entre colas y murmullos dolientes, la insuficiencia es pan de cada día.
Apelar a un particular quizás me resuelva, pero ¿con qué?
En los mercados tropiezo con lo mismo. Precios excesivos e inalcanzables. Alejados de la realidad que vivo. ¿En las mipymes? Mejor ni hablar. Sus costos laceran mis ojos, incluso atraviesan mi alma. Siento que soy un papel arrugado, espolvoreado con manchas de olvido e incomprensiones. Un barco de papel a la deriva en un mar de incertidumbres.
¡Qué malagradecidos son estos viejos!, dice una voz despiadada que me devuelve a la realidad. “Si quieres salvarlos se molestan, si los ayudas se sienten ofendidos, este es el precio del producto, yo más no puedo hacer, que se la busquen o resuelvan como hago yo”, dispara con cinismo e ironía un vendedor.
Es amo en su reino. Es prácticamente calvo y se rapa los pocos pelos que le quedan en la nuca y sobre las orejas para parecer más joven y mezquino. ¡Sí, mezquino! Buitre de la necesidad de muchos.
Es corpulento y se cree atlético, pero la barriga de cerveza lo desmiente, ¿tendrá madre, padre o abuelos? ¿Nos verá como seres humanos? …
Camino de regreso a casa. Solo y sin nada en mi triste y vieja jaba.
Subo con pesar las escaleras. Entro cabizbajo y me dirijo al refrigerador. Saco algo y voy hacia la cocina. Esa especie de bautismo que me exige inventar, sobrevivir y exorcizar un montón de demonios…
Cae la tarde. Me siento desnudo. Otra vez el día fue duro.
Me lo dicen mis artríticas manos. Mi espíritu lacerado. Perdónenme si me repito. Son cosas de la edad. Usted también llegará a mis años. Espero mejor que yo. Gracias por escucharme querido diario.